Cierto día, encontrándome en algún lugar de Caracas, conversaba con alguien que según conozco se considera cristiano -que a su vez sabe que me considero anarquista- y de pronto me pregunta: ¿Eres feliz? Francamente me sorprendió, pues no esperaba tal pregunta; en medio de mi extrañeza y aún sin responder, pensé que jamás me había detenido a encontrar una respuesta a semejante pregunta, por considerarla vana, estéril e inútil para los problemas verdaderamente fundamentales del hombre, tan vana incluso, como desperdiciar esfuerzos respondiendo a la pregunta si dios existe. Por alguna razón, experimenté una sensación que posiblemente habría sido la misma que sintieron Platón y Cristo, ante los engaños y trampas dialécticas de Sofistas y Fariseos respectivamente. Desconozco además el motivo de la pregunta; quizá se haya debido a que mi rostro evidenciaba carencia de algo que en demasía él (mi amigo cristiano) poseía, y que obviamente imagino era “felicidad”. Es así que surge esta idea que tanto agradezco a mi estimado hermano cristiano: La felicidad cristiana y la lucha anarquista.
Pero si efectivamente la pregunta se debió a mi agobiante rostro, no encuentro justificación, puesto que no me desvelo todas las noches y dedico humildemente sólo hasta pocos minutos después de la medianoche a mis lecturas, mis escritos y meditando algunas ideas que puedan ser útiles para la lucha libertaria en este punto geográfico. Incluso, fue tal el impacto de la susodicha pregunta, que la repasé una y otra vez hasta percatarme que le di un nivel de importancia que no tenía. La pregunta era: ¿Eres feliz? Y no: ¿Es posible la felicidad en el hombre? No era la formulación del planteamiento de un problema fundamental del hombre, sino más bien la formulación del planteamiento de un simple problema específico, que para ser resuelto bastaba con una respuesta vaga y simple aún cuando no fuera la más adecuada o correcta. He aquí mi interrogante: ¿Es que acaso puede ser feliz un hombre, cuando miles de niños mueren de hambre alrededor del mundo?
Evidentemente estamos en presencia de egoísmo y por consiguiente deberíamos suponer que se trata de hedonismo o utilitarismo y no de cristianismo; pero definitivamente una cosa es Cristo y otra cosa el cristianismo. No se trata de la felicidad según Cristo, sino de la felicidad tal como es concebida por los cristianos –cualquiera que sea su presentación, interpretación o versión- que son dos cosas diferentes.
Desenmascarando este cristianismo con rasgos hedonistas y utilitaristas de egoísmo, encontramos que el único bien que busca el cristiano de hoy día es el de sí mismo, y a ese bien precisamente le llaman felicidad. Los cristianos siguen una vida en todo y por todo contraria al legado de Cristo, deformada a través de la simpleza de textos de autoayuda que contienen ideas básicas digeribles acerca del sentido de la vida, y complacen a mentes de fácil dominación, adormeciendo el pensamiento crítico y creativo del ser humano. La felicidad de este cristianismo deforme no es más que una sutileza, entre unas tantas más, empleadas para demostrar que los hombres viven como Cristo vivió, cuando en realidad es todo lo contrario.
¿Acaso Cristo, de haber sido interrogado con tal pregunta durante sus oraciones, momentos antes de ser arrestado por los soldados romanos que se encontraban acompañados de sumos sacerdotes y fariseos, habría respondido que si es feliz? Obviamente, los cristianos, en su desvergonzada ligereza, responderían irresponsablemente: sí, allí radica su felicidad, pues el vino a morir por nuestros pecados.
Y es que los niveles de irresponsabilidad de los que son capaces de desplegar los cristianos no tienen límites; ejemplo de ello es el problema del impacto ambiental como consecuencia de la acción del hombre, el consumismo, los alimentos procesados, la explotación del petróleo y sus productos derivados tales como el combustible fósil y los plásticos. Esta es una problemática que requiere una urgente acción directa del hombre por el hombre, del hombre por la naturaleza; sin embargo, la única acción y actitud que asumen, irresponsable y pasiva por demás, es la de la oración, el rezo, el ruego, y el encomendarse a su Dios, mientras incrementan sus niveles de consumo más allá de lo realmente necesario y su consentimiento de la explotación ambiental desmedida y sin control. Tal vez tenga razón Sigmund Freud cuando dice que: “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo”. He aquí la felicidad cristiana.
Pero asumiendo por un momento la conceptualización de los cristianos ¿Con qué vara se estará midiendo mi felicidad? Supongo que mi felicidad se esté midiendo con la vara de las bienaventuranzas. Cito:
“Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!”.
Existe una tendencia a asociar la pobreza con la escasa posesión de bienes, pero definitivamente pueden existir otras formas de pobreza, tal como la escasez de cualidades o virtudes por mencionar alguna; visto así, no me considero pobre en ninguna de las formas, pues tengo lo necesario para vivir y con eso me basta. Soy infeliz.
Otra frecuente tendencia es la de relacionar el hambre con la necesidad de alimentos, pero al igual como ocurre con la pobreza, el hambre tiene otras formas, llámese necesidad de libertad y necesidad de justicia; en este particular, no tengo necesidad de alimentos, pero soy un hambriento de libertad y justicia. Soy medianamente infeliz.
Lloro y río por igual, la verdad que no he dedicado tiempo para medir si lloro más de lo que río, o río más de lo que lloro. Soy medianamente infeliz.
Es que acaso los pobres de verdad, los que tienen hambre de verdad y los que lloran de verdad, tienen que aceptar arbitrariamente esta promesa divina procedente del más allá, cuando en el más acá son jodidos por infelices o medianamente infelices (como yo) sean cristianos o no.
Por otro lado, desde una perspectiva más filosófica y dejando a un lado la teológica, la felicidad es sólo una conjetura, un supuesto, una sensación, en algunos casos efímera, en otros casos quizá un tanto más prolongada, pero al fin y al cabo una simple sensación relativa; como dijera Arthur Schopenhauer, la vida es un continuo deseo siempre insatisfecho, de allí que la explotación y el consumismo incrementarán descontroladamente cada vez más y más de manera exponencial. Por lo tanto, esto que los cristianos llaman felicidad, que además también forma parte de los discursos políticos de gobiernos y gobernantes, no es más que un artificio para evadir la auténtica realidad humana… la angustia y la desesperación, y de ellas sacan provecho religiosos y políticos.
José Martínez Ruíz “Azorín”, en un artículo publicado en 1910, escribió lo siguiente:
El Cristo descendió de su cruz y dijo a los creyentes que oraban de rodillas ante él: Hijos míos, sois unos imbéciles. Hace diecinueve siglos que predije la paz, y la paz no se ha hecho. Predije el amor, y continúa la guerra entre vosotros; abominé de los bienes terrenos y os afanáis por amontonar riquezas. Dije que todos sois hermanos y os tratáis como enemigos. […] ¿Por qué no lo hacéis así, hijos míos? ¿Por qué sois tan malvados que os complacéis en destrozaros? La tierra es grande y fecunda; los campos producen lo necesario para que todos viváis; la mecánica ha llegado a tan maravilloso grado de perfección que aplicando sus descubrimientos y los de la higiene a las fábricas y a las minas, el trabajo trocaríase de penosa tarea en alegre entretenimiento. Entonces trabajaríais todos, como todos hoy tenéis gusto de disfrutar los placeres de un deporte, y en tres horas de ese trabajo alegre y voluntario recibiríais los múltiples menesteres de la vida social, que hoy reciben unos cuantos. No habría entonces explotadores ni explotados, no habría señores ni vasallos, no habría monarcas y súbditos. Con la propiedad desaparecería la sed de la riqueza, el afán del lucro, la eterna rivalidad de los pueblos, el asesinato lento en el taller insalubre de millones de hombres. […] Levántate, levántate, hijo mío. No es de los tiempos que corren la oración; no es de esta época de lucha la resignación mística. Me habéis injuriado gravemente, habéis disfrazado mis doctrinas. No legitiméis con mi nombre la explotación. Los que mantienen gobiernos y soldados no son mis discípulos.
Mientras unos vienen a este mundo para aceptarlo tal como les fue dado, en la tranquilidad y “felicidad” engañosa que ofrece la sumisión, otros vienen a transformarlo movidos por la opresión y la injusticia reinante en él. Mientras dicen regocijarse de “felicidad terrena” anhelando además justicia en el más allá, otros luchan por la libertad y la justicia en el más acá.
Mi más grande aspiración, como ser humano ante todo y como anarquista luego, es la libertad y la justicia; ciertamente no espero que me haga más feliz, sino que sencillamente me haga más humano. He aquí mi lucha anarquista.
¡Levántate y lucha, salud y libertad!
la verdad q hay q leer con profundidad para poder entenderte, hace falta una mente amplia y muchoooo tiempo para poder comprender tu pensamiento... que no es malo, lo contrario, muy interesante y complejo
ResponderEliminarGracias hermano, por leer, y por el aporte de tu comentario. Saludos
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