Zaratustra se marchó a la montaña; esperando gozar de su soledad se encontró con Caín, Prometeo y Sísifo; obviamente,no salió nada "bueno" para los "buenos": Bajó de la montaña
el Zaratustra anarquista y rebelde.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Anarquismo y justicia social en la pugna del espectro político

He visto como compañeros anarquistas -no sólo de este punto geográfico, sino más allá de él, en otras latitudes y longitudes- se han mostrado complacientes con el proceso “revolucionario socialista” que acá se vive, dejando a un lado una de las ideas centrales y núcleo teórico del anarquismo como es la crítica al Estado; al respecto, Bakunin expresó con contundencia en su obra “Dios y el Estado”: “ Explotar y gobernar significan la misma cosa: la una completa a la otra y le sirve de medio y de fin.”
            Esta contradicción parece muy normal, considerando que el reconocido lingüista Noam Chomsky, habiéndose definido como anarquista, ofrece patrocinio intelectual a otros Estados, en retribución quizá de la publicidad que recibieron sus libros, o más bien, buscar a sus 81 años, el protagonismo político del que algunos intelectuales en diferentes momentos históricos han sacado provecho. Queda en evidencia que la libertad no es sólo un mero conocimiento, más importante aún, es un profundo sentimiento.
            Con todo respeto hago saber esta inquietud, pues la discusión en lugar de centrarse en cómo unir esfuerzos para alcanzar un modelo de sociedad autogestionada, libre de las imposiciones estatales y de transnacionales, se ha centrado en determinar si es posible o no un anarquismo complaciente con la estructura de poder del Estado. No podemos caer en la tentación facilista de trabajar sobre la base de lo ya existente, pues esto implicaría la continuidad y perpetuidad del sistema. Es necesario, entre otras cosas, dar el paso superador de la economía de mercado.
            Si en definitiva, el anarquismo está condenado a servir y doblegarse ante el Estado, habré de volver a mi nihilismo con rasgos existencialistas y pesimistas, corriendo el riesgo de regresar a la montaña porque sencillamente el hombre es una causa perdida. Pues si Zaratustra no regresó a la montaña, mucho menos yo; me aseguraré de no terminar de este modo; si así es la realidad tocante, la lucha consistirá en negar y rechazar el anarquismo a manera de una especie de anarquista del anarquismo.
            Llegué al anarquismo por medio del nihilismo y el existencialismo; no a través de de ideologías políticas de izquierda. Quizá parezcan ideas descabelladas y sin sentido; si así fuere, no pienso perder mi tiempo creando y estructurando un sistema filosófico que sustente tales ideas sólo para demostrar que si es posible tal cosa. Con el hecho de que yo mismo esté convencido, me basta.
            Por lo anteriormente expuesto, considero particularmente que el anarquismo no tiene lugar alguno en ese espectro político simplista, obsoleto, vigente y reinante desde tiempos mucho más allá de la revolución francesa, que además ha producido innumerables pugnas en las sociedades humanas. Vaya revolución. Una revolución que se sostiene con ideas del siglo XIV quizá. Es hora de evolucionar, es hora de desechar lo inútil, lo inservible… lo obsoleto.
            En este punto geográfico, la situación actual se ha conformado de tal manera, que han hecho suponer que estas ideas vagas acerca de socialismo o de izquierda son nuevas, lo cual es totalmente falso. Sin embargo, asumiré para la alegría de algunos, que estas ideas son realmente inéditas o, mejor aún, para su tristeza, debido a la vaguedad de las mismas, si es que esto tiene alguna importancia para alguien.
            En medio de esta moda oportunista del socialismo del siglo XXI venezolano, se puede apreciar claramente la ya acostumbrada pugna, aparentemente ideológica, entre la izquierda y la derecha, surgida de la arraigada, histórica y tradicional distinción del espectro político. Un espectro político que se muestra en su máxima expresión unidimensional, como línea recta, cual cuerda sometida a dos tensiones producto de dos masas en movimiento, que ejercen fuerza en direcciones opuestas sólo para el beneficio de poder de unos pocos.
            Una pugna aparentemente ideológica, puesto que ninguno de los extremos, “socialistas” o “liberales”, conocen con precisión y exactitud el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan a una y a otra. No conocen las ideas de si mismo, ni mucho menos aquéllas a las que dicen oponerse con tanto frenesí. Ni un extremo, ni el otro, se habrán tropezado en su camino con “El capital” de Marx y Engels, o con “El hombre unidimensional” de Marcuse; mucho menos con el “Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” de Adam Smith o con el “Camino de servidumbre” de Von Hayek.
            La justicia social es precisamente una de las dimensiones de la pugna entre pensadores socialistas y liberales; lo demás no cuenta, ni políticos, ni seguidores de políticos, ambas categorías sólo son masa amorfa y aglutinada. Esto no es más que una arrogancia intencionada, y dirigida con el fin de lograr el despertar del hombre -en especial de los seguidores de políticos- y su auténtica autonomía.
            “La justicia social se refiere a la organización de la sociedad de tal modo que el bien común, al que se espera que todos contribuyan en proporción de su capacidad y oportunidad, esté al alcance de todos los miembros para su uso y goce normales”, Fagothey.   La justicia social es aspiración del hombre, del mismo modo como lo es la libertad y la igualdad.
            En este sentido, se han diferenciado dos posturas: la igualdad de oportunidad y la igualdad de resultado. En cuanto a la igualdad de oportunidad, históricamente ha sido preferida por el pensamiento liberal, puesto que grosso modo, se basa en la diferenciación de resultados por decisiones individuales, la iniciativa individual, la competencia y la superación personal, eliminando además las barreras legales. Lo propio ocurre con la preferencia de los pensadores socialistas por la igualdad de resultados, ya que todas las decisiones se hallan concentradas en las manos del Estado, lo que por consiguiente exime de la responsabilidad individual y de la libertad; aunado a esto, requiere necesariamente de una redistribución de los recursos y la riqueza, que en la práctica llevan a cabo forzadamente.
            Por estos lares es frecuente ver a algunos socialistas venezolanos del siglo XXI, hablar ingenuamente a favor de la “igualdad de oportunidades”, asociándolas de manera tan básica con el socialismo, sólo porque aparece retratada la palabra “igualdad”. Otros, probablemente sabrán lo que están diciendo, y esto no denota otra cosa más, de que estamos en presencia de un capitalismo socialista o socialismo capitalista, realmente da igual. Lo cierto es que se manifiesta a través de un capitalismo de Estado.
            El anarquismo desde una perspectiva dialéctica, se considera la síntesis resultante de una tesis representada por el socialismo y una antítesis representada por el liberalismo. Análogamente, podría hallarse alguna alternativa entre las antinomias de igualdad –de resultados y de oportunidades- derivadas de la noción de justicia social. Sin embargo, considero que la realidad refleja un problema más complejo como para pretender resolverlo con la simpleza dialéctica. Esto sería trabajo de un pensador y no de un seudopensador como yo.
            En todo caso, al mejor estilo proudhoniano, sería necesario construir un equilibrio funcional que permita la convivencia de aquellas tendencias que en sí mismas son contradictorias, igualdad de oportunidades por un lado, e igualdad de resultados por el otro.
            Como diría Mijail Bakunin: “Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad”. Quizá, bien valdría decir: oportunidad sin resultado es privilegio e injusticia; resultado sin oportunidad es esclavitud y brutalidad.


¡¡¡Levantate y lucha, salud y libertad!!!

lunes, 6 de diciembre de 2010

La anarquía según la ignorancia voluntaria de un ilustrado déspota

         
Soy crítico del materialismo dialéctico de Marx, con el cual sentó las bases de lo que Engels denominaría “Socialismo científico”, por considerarlo una profecía determinista-reduccionista, limitada, básica, elemental, lineal y unidimensional; pero indiscutiblemente fue meritorio articular un conjunto de ideas en una teoría que impactó, y satisfizo la necesidad de una supersticiosa ley de la sociedad basada en la lucha del “hombre masa” de las sociedades humanas en el siglo XIX. Aunque el rigor erudito que ofrece este adjetivo del socialismo es irrelevante para mí -tomando en cuenta que de la ciencia derivan dogmas de fe tanto o más peligrosos que aquellos de naturaleza política y religiosa, y en tanto que surgen de una comunidad científica con actitudes no menos vulgares que las del común, que además afectan directamente a éstos últimos-definitivamente no cabe duda que la dialéctica en sí misma, y no necesariamente la materialista, es aplicable en el análisis y estudio de un objeto simple, básico, predecible y unidimensional. Como veremos, la ley dialéctica de la negación de la negación, en la que la realidad reproduce a su contrario para refundirse en una nueva materia, sería ciertamente aplicable al intelecto insustancial de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Ponte, el aclamado “Libertador”.
Al susodicho caballero le tocó vivir plenamente, en tiempo y espacio, el movimiento europeo de la ilustración en el siglo XVIII, cuyo ámbito político propició el desarrollo de ideas que dieron forma tanto al liberalismo como al socialismo utópico; paseó por Madrid y París, dedicándose a la lectura de clásicos e ilustrándose en diversos campos del saber universal.  Sin embargo, para alguien que tuvo tales oportunidades, resulta verdaderamente triste, lamentable y enormemente patético, que sólo haya podido asimilar algunas ideas de los precursores del liberalismo y el utilitarismo: Locke (1632-1704), Montesquieu (1689-1755), Helvetius (1715-1771); y haya sido incapaz de absorber las ideas de los precursores del socialismo utópico: Saint Simon (1760-1825), Owen (1771-1858) y Fourier (1772-1837). Pese a ello, hoy día insisten en repetir una y otra vez que el pensamiento de Bolívar es socialista, cuando él mismo afirmó: “Yo soy siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria”; por supuesto, afirma que fue su patria quien proclamó dicho sistema, cuando en realidad fue él quien lo impuso a través de su Manifiesto de Cartagena.
No obstante, Bolívar el aristócrata, fue siempre conocido como todo un ilustrado, y aún hoy día es recordado como tal. Cuando en el mismo Congreso de Angostura advertía al pueblo americano de la dominación a la que se le había sometido, bajo el engaño más que por la fuerza, sabía bien lo que decía, hacía y pretendía, convocar para sí a la masa, que como bien dijera Ortega y Gasset: “En una buena ordenación de las cosas públicas, la masa es lo que no actúa por sí misma. Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada -hasta para dejar de ser masa o, por lo menos, aspirar a ello”.
La ignorancia del ilustrado supera los límites del socialismo utópico y se extiende hasta el anarquismo, dedicando y dirigiendo una gran cantidad de ideas en contra de la anarquía y los anarquistas. Las dimensiones de espacio-tiempo fueron favorables para situar al “verdadero Soulouque” –tal como calificó Marx a Bolívar- en la París del siglo XVIII, pero esta prodigiosa situación no le fue suficiente para aprehender los planteamientos de socialistas utópicos y mucho menos las ideas de William Godwin (1756-1836), quien es considerado uno de los más importantes precursores del pensamiento anarquista.
El desconocimiento manifiesto en Bolívar, se ratifica gracias a Coto Paúl, un miembro olvidado de la Sociedad Patriótica de 1810, cuya presencia apenas se registra en la historia de esta región ubicada a 10° 29´ de latitud norte y a 66° 55´ de longitud oeste. Como diría Rodolfo Walsh: “La historia parece propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas”; esto es tan lamentable, que los historiadores han preferido dedicarse a publicitar y difundir idioteces de cómo bailaba el “canalla más cobarde, brutal y miserable” –calificativos de Marx a Bolívar, mencionados en su artículo “Bolívar y Ponte”- apartando la importancia que merece las intervenciones de Coto Paúl en la Sociedad Patriótica, como la siguiente:
"¡La anarquía!  ¡Esa es la libertad cuando para huir de la tiranía desata el cinto y desanuda la cabellera ondosa!  ¡La anarquía!  Cuando los dioses de los débiles -la desconfianza y el pavor- la maldicen, yo caigo de rodillas a su presencia.  ¡Señores!  ¡Que la anarquía, con la antorcha de las furias en la mano nos guíe al Congreso, para que su humo embriague a los facciosos del orden, y la sigan por las calles gritando libertad!  Para reanimar el mar muerto del Congreso estamos aquí, estamos aquí en la alta Montaña de la santa demagogia.  Cuando ésta haya destruido lo presente, y aspectos sangrientos hayan venido por nosotros, sobre el campo que haya labrado la guerra se alzará la libertad..."

Aparte de la participación de Coto Paúl en las discusiones de la Sociedad Patriótica, no existe otro registro  histórico de su persona; posiblemente, Bolívar por considerarlo un obstáculo en su camino al poder, lo entregó a los españoles como lo hiciera con Francisco de Miranda, o quizá ordenó que lo fusilaran tal como resolvió con Manuel Piar. He aquí que la historia, además de carecer de argumentos que la fundamenten como ciencia -ante la imposibilidad de hallar un método, modelo, ley o tendencia que supuestamente gobernarían su curso- también carece del relato de hechos ajustados a la realidad, pues son modificados en algunas ocasiones para ser magnificados, o para ser atenuados en otras. De esta deformación de la realidad, que surge de la dificultad de conocer la transparencia de un hecho y sus posibles causas, deviene el carácter especulativo de la historia.

Entre tantos vilipendios que el aristócrata caballero dirigió a la anarquía, aparte del ya conocido: “Unión, unión, o la anarquía os devorará”, se encuentra el siguiente: “Que me manden salvar la República y salvo la América toda; que me manden desterrar la anarquía y no queda ni su memoria. Cuando la Ley me autoriza no conozco imposible. No son jactancias ni presunciones vanas esta oferta de mi corazón y de mi patriotismo”. Éste es el ser prepotente, constructor de Repúblicas, y el ser omnipotente, salvador de la América; María Luisa Bernieri le respondería: “Los constructores de Repúblicas ideales querían dar la libertad al pueblo, mas la libertad dada deja de ser libertad… mientras dicen dar la libertad, formulan un detallado plan que ha de ser obedecido estrictamente”. Éste es el tirano opresor, capaz de destruir la libertad, la anarquía, y todo cuanto se encuentre a su paso que obstaculice su camino al poder. Éste es el leguleyo, que inspirado en Montesquieu, cree que el hombre es libre porque está escrito en un pedazo de papel o instrumento coercitivo llamado ley. Pero según dice el inspirado poeta de la tiranía, esa es la oferta  de su corazón y su patriotismo; Arthur Schopenhauer le respondería: “Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad”. Yo le respondería: A quién, si no es al jerarca o aspirante a jerarca, le conviene la unión homogénea de un rebaño, dócil, sumiso, de incondicional o simple obediencia. A quiénes -si no son los jerarcas de gobiernos, del capital, de las religiones y del conocimiento- les aterra escuchar anarquía, librepensamiento y pérdida del miedo a la libertad.

Una vez puesto en evidencia los elementos de ignorancia e ilustración en el pensamiento de Bolívar, retomamos la idea inicial con respecto a la ley dialéctica de unidad y lucha de contrarios, o bien, ley de negación de la negación. El objeto en estudio no es homogéneo (pensamiento de Bolívar), y está formado por partes que son opuestas entre sí (ignorancia-ilustración), las cuales constituyen una unidad de complementariedad y de lucha. De tal manera que, dada la tesis de “Bolívar el ilustrado” y la antítesis de “Bolívar el ignorante”, se obtiene que la ilustración de Bolívar tiene determinadas características de ignorancia y viceversa, cuya síntesis de unidad es aún mayor a través de los rasgos de la ignorancia voluntaria –de idiota que está seguro de estar rodeado de otros más idiotas aún- y de la ilustración déspota –el provecho del conocimiento como instrumento empleado para la dominación de otros que no lo tienen, tal como el mismo lo advirtió: “nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza”. Así defino el pensamiento de Bolívar; un pensamiento básico, elemental, déspota y arbitrario.
  






miércoles, 24 de noviembre de 2010

Bolívar y el utilitarismo

“El sistema de gobierno más perfecto, es aquél que produce, la mayor suma de seguridad social, la mayor suma de felicidad posible y la mayor suma de estabilidad”, frase extraída del discurso de Angostura pronunciado por Simón Bolívar y publicado en el correo del Orinoco en el año de 1819.
            Muy a pesar de mi escasa lectura, he leído a autores tales como Jeremías Bentham, John Stuart Mill, Francis Hutcheson y Claude Helvetius -y no de sus posteriores interpretes- algunas frases parecidas que como veremos están vinculadas con el utilitarismo.
            En primer lugar, el filósofo irlandés Francis Hutcheson en el año 1725, en su obra “Inquiry into the original of our ideas of beauty and virtue” formuló como principio básico: “La mejor nación es la que proporciona la felicidad más grande al mayor número”. El pensador inglés Jeremías Bentham en su “Introducción a los principios morales y legislación” publicada en 1780, establece: “La mayor suma de felicidad al mayor número” como principio del utilitarismo, pero mucho antes ya había sido presentado por el filósofo francés Claude Helvetius (1715-1771) como su consigna. Finalmente, es necesario hacer mención de la formulación que realizó John Stuart Mill, filósofo político inglés (1806-1873) con la cual el utilitarismo alcanzó su pleno desarrollo.
            En consecuencia, si establecemos un orden cronológico de las publicaciones de los autores en cuestión, que han hecho referencia del tan empleado principio de utilidad: “La mayor suma de felicidad, para el mayor número”, obtenemos lo siguiente: Francis Hutcheson (1725), Jeremías Bentham (1780), Claude Helvetius, quien para el año 1819 (año en el cual se publica en el correo del Orinoco, el Discurso de Angostura de Bolívar) ya había fallecido; Simón Bolívar (1819) y finalmente John Stuart Mill.
            Lo evidenciado con esta frase, ocurre con muchas otras más que con certeza se atribuyen al ilustre pensamiento de Simón Bolívar, pero que lamentablemente y para decepción del sentimiento ultra nacionalista arraigado, no es más que una copia y una réplica de las ideas de pensadores europeos de la ilustración. Si tan solo hubiera tenido un poco de sensatez ante el auditorio de aquel congreso de posible ignorancia voluntaria, habría citado a Jeremías Bentham o al menos mencionar que se trataba de una aplicación del principio utilitario.
            Con la plena seguridad de que seré calificado por muchos como apátrida, hereje, blasfemo, pecador o traidor a la patria, afortunadamente puedo decir hoy día que he conseguido la cura para librarme de ese mal denominado nacionalismo, al menos del exacerbado, y que si bien estoy lejos de ser un intelectual, he encontrado aliciente en una frase del filósofo Emile Cioran: “No tengo nacionalidad, el mejor estatus posible para un intelectual”.
            Hemos copiado todo, desde el cristianismo llegado de Oriente con sus innumerables interpretaciones, versiones y presentaciones llegadas de Occidente; hemos copiado las ideas de República, democracia, y hasta la necesidad de un héroe (semidios o casi Dios) que nos defendería de ellos, de aquellos y hasta de nosotros mismos; hemos copiado la necesidad de inmortalizar a éstos héroes porque según dicen nos han dado la libertad. 
            Por supuesto, no faltará quien me califique de imperialista a favor de la colonia de España de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, por estar en contra de los héroes de la gesta emancipadora, quienes lucharon contra el yugo español sólo para convertirse en nuevos representantes de la dominación y la opresión. Como diría María Luisa Berneri: “Los constructores de Repúblicas ideales querían dar la libertad al pueblo, mas la libertad dada deja de ser libertad… mientras dicen dar la libertad, formulan un detallado plan que ha de ser obedecido estrictamente”; he aquí que Bolívar plasmaba su plan en el Discurso de Angostura. En definitiva, ni la colonia española ni la gesta emancipadora, en todo caso los legítimos movimientos de la resistencia indígena de Guaicaipuro, Tiuna, Tamanaco, Terepaima, entre otros; por supuesto, sin descartar la posibilidad de rasgos de opresión y dominación entre tribus indígenas antes de la colonia.
            Admito además, la gran admiración que siento por la reivindicada España de 1930; reivindicada con la historia, con la humanidad, con el mundo, y que en nada tiene que ver con aquella España colonizadora o con esta España llena de algarabía y júbilo por haber ganado un mundial de fútbol; y es que la historia no puede concebirse como un elemento para perpetuar los resentimientos en la memoria y en el tiempo, de lo contrario, ciertamente seguiremos cometiendo los mismos errores que conducirán a la especie humana a su autodestrucción e irresponsablemente llevar consigo a su lecho de muerte al resto de las especies. 
            Según Jeremías Bentham, el utilitarismo es: “La doctrina que acepta como fundamento de la moral a la utilidad o principio de la máxima felicidad, sostiene que las acciones son correctas en proporción a su tendencia a promover la felicidad, e incorrectas si tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad al dolor y la privación del placer.” Independientemente si Bolívar tenía o no conocimiento acerca del utilitarismo, o al menos de las ideas de Hutcheson, Bentham o Helvetius, vale destacar dos rasgos fundamentalmente.
            El primero de ellos es el rasgo egoísta, puesto que desear el sistema de gobierno que produzca la mayor suma de felicidad, redunda sólo en la felicidad, seguridad y estabilidad del gobernante y su gobierno; el gobierno imperfecto o no, es el único beneficiario de un pueblo controlado, neutralizado y “estabilizado”, que busca su propio bienestar ofreciendo una supuesta “mayor suma de felicidad”, que bien pudiera ser la mitad más uno con respecto a la infelicidad que produce.
            En segundo lugar, el rasgo tiránico; puesto que la felicidad no es tangible o medible, no es posible determinar si esa “mayor suma de felicidad” a la que se refiere, sería la mitad más uno respecto a la infelicidad, por consiguiente sólo es una sensación relativa, mejor aún, parafraseando a Sigmund Freud, la felicidad sólo es posible de dos maneras, una es haciéndose el idiota y la otra es siendo idiota. Por lo tanto, la felicidad no es más que otro instrumento con los que cuentan los gobernantes y gobiernos para ejercer la manipulación de los pueblos.
            En todo caso, e independientemente de los rasgos egoísta y tiránico, Bolívar refleja desconocimiento o escaso conocimiento acerca de sus propias ideas, sobre todo considerando que en sus viajes a Europa y de las lecturas que según tuvo, ha debido tener contacto con las ideas de los pensadores antes mencionados.
            Conocer a Bolívar, va más allá de saber que nació un 24 de Julio de 1783 y murió un 17 de Diciembre de 1783; va más allá de saber que Marx lo calificó como el Napoleón de las retiradas en su artículo “Bolívar y Ponte”; va más allá de saber que Simón Bolívar contemplaba desde una colina como José Antonio Páez, con una maniobra militar dio la victoria al ejército patriota en la Batalla de Carabobo; va más allá de saber cómo hizo para ser considerado libertador de seis naciones, saliendo más allá de sus fronteras para forjar la libertad y no la opresión; va más allá de conocer su decreto de guerra a muerte, de consecuencias nefastas y miles de muertes a inocentes; va más allá de saber de la entrega de Francisco de Miranda al ejército realista de Domingo Monteverde y el fusilamiento de Manuel Piar, el vencedor de la campaña de Oriente. Conocer a Simón Bolívar, como a cualquier otro personaje o hecho histórico, es investigar, indagar y contextualizar.
            Desafortunadamente, estos credos y cultos, mesiánicos, doctrinarios y dogmáticos, concedidos a Dios, el Estado, y a la idolatría de íconos, son difíciles de derribar.
             

lunes, 18 de octubre de 2010

La felicidad cristiana y la lucha anarquista

Cierto día, encontrándome en algún lugar de Caracas, conversaba con alguien que según conozco se considera cristiano -que a su vez sabe que me considero anarquista- y de pronto me pregunta: ¿Eres feliz? Francamente me sorprendió, pues no esperaba tal pregunta; en medio de mi extrañeza y aún sin responder, pensé que jamás me había detenido a encontrar una respuesta a semejante pregunta, por considerarla vana, estéril e inútil para los problemas verdaderamente fundamentales del hombre, tan vana incluso, como desperdiciar esfuerzos respondiendo a la pregunta si dios existe. Por alguna razón, experimenté una sensación que posiblemente habría sido la misma que sintieron Platón y Cristo, ante los engaños y trampas dialécticas de Sofistas y Fariseos respectivamente. Desconozco además el motivo de la pregunta; quizá se haya debido a que mi rostro evidenciaba carencia de algo que en demasía él (mi amigo cristiano) poseía, y que obviamente imagino era “felicidad”. Es así que surge esta idea que tanto agradezco a mi estimado hermano cristiano: La felicidad cristiana y la lucha anarquista.
            Pero si efectivamente la pregunta se debió a mi agobiante rostro, no encuentro justificación, puesto que no me desvelo todas las noches y dedico humildemente sólo hasta pocos minutos después de la medianoche a mis lecturas, mis escritos y meditando algunas ideas que puedan ser útiles para la lucha libertaria en este punto geográfico. Incluso, fue tal el impacto de la susodicha pregunta, que la repasé una y otra vez hasta percatarme que le di un nivel de importancia que no tenía. La pregunta era: ¿Eres feliz? Y no: ¿Es posible la felicidad en el hombre? No era la formulación del planteamiento de un problema fundamental del hombre, sino más bien la formulación del planteamiento de un simple problema específico, que para ser resuelto bastaba con una respuesta vaga y simple aún cuando no fuera la más adecuada o correcta. He aquí mi interrogante: ¿Es que acaso puede ser feliz un hombre, cuando miles de niños mueren de hambre alrededor del mundo?
            Evidentemente estamos en presencia de egoísmo y por consiguiente deberíamos suponer que se trata de hedonismo o utilitarismo y no de cristianismo; pero definitivamente una cosa es Cristo y otra cosa el cristianismo. No se trata de la felicidad según Cristo, sino de la felicidad tal como es concebida por los cristianos –cualquiera que sea su presentación, interpretación o versión- que son dos cosas diferentes.
            Desenmascarando este cristianismo con rasgos hedonistas y utilitaristas de egoísmo, encontramos que el único bien que busca el cristiano de hoy día es el de sí mismo, y a ese bien precisamente le llaman felicidad. Los cristianos siguen una vida en todo y por todo contraria al legado de Cristo, deformada a través de la simpleza de textos de autoayuda que contienen ideas básicas digeribles acerca del sentido de la vida, y complacen a mentes de fácil dominación, adormeciendo el pensamiento crítico y creativo del ser humano. La felicidad de este cristianismo deforme no es más que una sutileza, entre unas tantas más, empleadas para demostrar que los hombres viven como Cristo vivió, cuando en realidad es todo lo contrario.
            ¿Acaso Cristo, de haber sido interrogado con tal pregunta durante sus oraciones, momentos antes de ser arrestado por los soldados romanos que se encontraban acompañados de sumos sacerdotes y fariseos, habría respondido que si es feliz? Obviamente, los cristianos, en su desvergonzada ligereza, responderían irresponsablemente: sí, allí radica su felicidad, pues el vino a morir por nuestros pecados.
Y es que los niveles de irresponsabilidad de los que son capaces de desplegar los cristianos no tienen límites; ejemplo de ello es el problema del impacto ambiental como consecuencia de la acción del hombre, el consumismo, los alimentos procesados, la explotación del petróleo y sus productos derivados tales como el combustible fósil y los plásticos. Esta es una problemática que requiere una urgente acción directa del hombre por el hombre, del hombre por la naturaleza; sin embargo, la única acción y actitud que asumen, irresponsable y pasiva por demás, es la de la oración, el rezo, el ruego, y el encomendarse a su Dios, mientras incrementan sus niveles de consumo más allá de lo realmente necesario y su consentimiento de la explotación ambiental desmedida y sin control. Tal vez tenga razón Sigmund Freud cuando dice que: “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo”. He aquí la felicidad cristiana.
Pero asumiendo por un momento la conceptualización de los cristianos ¿Con qué vara se estará midiendo mi felicidad? Supongo que mi felicidad se esté midiendo con la vara de las bienaventuranzas. Cito:
“Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!”.
Existe una tendencia a asociar la pobreza con la escasa posesión de bienes, pero definitivamente pueden existir otras formas de pobreza, tal como la escasez de cualidades o virtudes por mencionar alguna; visto así, no me considero pobre en ninguna de las formas, pues tengo lo necesario para vivir y con eso me basta. Soy infeliz.
Otra frecuente tendencia es la de relacionar el hambre con la necesidad de alimentos, pero al igual como ocurre con la pobreza, el hambre tiene otras formas, llámese necesidad de libertad y necesidad de justicia; en este particular, no tengo necesidad de alimentos, pero soy un hambriento de libertad y justicia. Soy medianamente infeliz.
Lloro y río por igual, la verdad que no he dedicado tiempo para medir si lloro más de lo que río, o río más de lo que lloro. Soy medianamente infeliz.
Es que acaso los pobres de verdad, los que tienen hambre de verdad y los que lloran de verdad, tienen que aceptar arbitrariamente esta promesa divina procedente del más allá, cuando en el más acá son jodidos por infelices o medianamente infelices (como yo) sean cristianos o no.
Por otro lado, desde una perspectiva más filosófica y dejando a un lado la teológica, la felicidad es sólo una conjetura, un supuesto, una sensación, en algunos casos efímera, en otros casos quizá un tanto más prolongada, pero al fin y al cabo una simple sensación relativa; como dijera Arthur Schopenhauer, la vida es un continuo deseo siempre insatisfecho, de allí que la explotación y el consumismo incrementarán descontroladamente cada vez más y más de manera exponencial. Por lo tanto, esto que los cristianos llaman felicidad, que además también forma parte de los discursos políticos de gobiernos y gobernantes, no es más que un artificio para evadir la auténtica realidad humana… la angustia y la desesperación, y de ellas sacan provecho religiosos y políticos.
José Martínez Ruíz “Azorín”, en un artículo publicado en 1910, escribió lo siguiente:
El Cristo descendió de su cruz y dijo a los creyentes que oraban de rodillas ante él: Hijos míos, sois unos imbéciles. Hace diecinueve siglos que predije la paz, y la paz no se ha hecho. Predije el amor, y continúa la guerra entre vosotros; abominé de los bienes terrenos y os afanáis por amontonar riquezas. Dije que todos sois hermanos y os tratáis como enemigos. […] ¿Por qué no lo hacéis así, hijos míos? ¿Por qué sois tan malvados que os complacéis en destrozaros? La tierra es grande y fecunda; los campos producen lo necesario para que todos viváis; la mecánica ha llegado a tan maravilloso grado de perfección que aplicando sus descubrimientos y los de la higiene a las fábricas y a las minas, el trabajo trocaríase de penosa tarea en alegre entretenimiento. Entonces trabajaríais todos, como todos hoy tenéis gusto de disfrutar los placeres de un deporte, y en tres horas de ese trabajo alegre y voluntario recibiríais los múltiples menesteres de la vida social, que hoy reciben unos cuantos. No habría entonces explotadores ni explotados, no habría señores ni vasallos, no habría monarcas y súbditos. Con la propiedad desaparecería la sed de la riqueza, el afán del lucro, la eterna rivalidad de los pueblos, el asesinato lento en el taller insalubre de millones de hombres. […] Levántate, levántate, hijo mío. No es de los tiempos que corren la oración; no es de esta época de lucha la resignación mística. Me habéis injuriado gravemente, habéis disfrazado mis doctrinas. No legitiméis con mi nombre la explotación. Los que mantienen gobiernos y soldados no son mis discípulos.
Mientras unos vienen a este mundo para aceptarlo tal como les fue dado, en la tranquilidad y “felicidad” engañosa que ofrece la sumisión, otros vienen a transformarlo movidos por la opresión y la injusticia reinante en él. Mientras dicen regocijarse de “felicidad terrena” anhelando además  justicia en el más allá, otros luchan por la libertad y la justicia en el más acá.
Mi más grande aspiración, como ser humano ante todo y como anarquista luego, es la libertad y la justicia; ciertamente no espero que me haga más feliz, sino que sencillamente me haga más humano. He aquí mi lucha anarquista.

¡Levántate y lucha, salud y libertad!