Aristóteles dijo: “El hombre es un animal político”, y la masa superflua lleva veintiséis siglos repitiéndolo una y otra vez. Aún no puedo creer como una especie tan superdotada como la humana aún no haya podido superar esta idea. El señor Karl Marx afirmaba: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos, de lo que se trata es de transformarlo”, cuando precisamente han sido dichas interpretaciones las que han creado o transformado la realidad del mundo, incluida la suya propia. En tal sentido, el destino de la especie humana siempre ha sido dirigido por una minoría de “sabios”, “genios” y “excelentes”, que no son tal cosa, pero que se sienten elevados ante una masa “devaluada”; devaluada porque sencillamente todos sus valores -tangibles o intangibles, si es que los tienen- su vida, su existencia, su dignidad, son medidos en papel o metal moneda. Ante tal situación, ciertamente es necesario que éstos excelentes denominados filósofos sean responsables de lo que dicen y sus consecuencias, pero más necesario aún es que el hombre masa que asciende a los “superdotados” deje de ser masa, deje de desempeñar un rol oculto, irresponsable, anónimo y sin identidad, que no hace ni piensa por sí mismo y que tiene sólidamente arraigada la moral de rebaño.
Por consiguiente, entre otras cosas, la lucha ha de centrarse en destruir ideas inútiles y obsoletas que se han perpetuado en el tiempo, petrificadas como dogmas y convertidas en doctrinas por la masa superflua. Aprender a desaprender, educación y apostasía son los medios necesarios para lograr tal fin. Su efectividad sería tangible no sólo con la destrucción del dogma propiamente dicho, sino con la transformación de una masa superflua en una colectividad útil, autoorganizada y autónoma.
Es evidente el interés de sentenciar como un principio general, aquella proposición que afirma que el hombre es un animal político, quizá no tanto un interés del autor como de la masa, viceversa o por igual, pero en todo caso, interés al fin. No conforme con ello, afirma que la ciudad-estado es una cosa natural, y aunque esta idea ha permanecido inmutable en el tiempo, su prejuiciosa y arbitraria tradición histórica no puede ni debe considerarse como un argumento de razón suficiente. Qué se habrán creído estos señores para afirmar categóricamente que el hombre es tal o cual cosa.
Esta supremamente, prepotente e impositiva especie humana –sentenciada como “racional” por algunos, carente de vergüenza y cargada de una irresponsabilidad sin límites- sólo cuando desea justificar su irracionalidad apela al argumento de la naturaleza, comparándose con otras especies animales si es necesario. Una especie humana que subestima los códigos de comunicación de otras especies, de los cuales además son incapaces de comprender, sólo porque son fervientes creyentes de su infalible lenguaje.
La susodicha frase del susodicho autor, cumple además con la forma de una proposición categórica, pues contiene los dos términos correspondientes a sujeto y predicado, lo que permite que sea susceptible de aplicación de un silogismo categórico aristotélico, en el que se establecen tres proposiciones categóricas (dos premisas y una conclusión) y donde las dos premisas comparten un término medio que no está presente en la conclusión.
En tal sentido, tenemos:
1. El hombre es un animal político (premisa mayor).
2. Aristóteles es hombre (premisa menor).
3. Por lo tanto, Aristóteles es un animal político (conclusión).
Pero qué es esto que el superlenguaje humano ha llamado política. Esta palabra proviene del latín “políticus” y del griego “politikos” que significa “de los ciudadanos” o “del Estado”, “relativo al ordenamiento de la ciudad”. En este sentido, el término política está directamente relacionado con las ideas de “ciudad” (polis), con la idea de “ciudadanos” como miembros de la polis, así como también con la idea de Estado como forma de ordenamiento de la polis; conceptos todos, estudiados por Aristóteles.
Este estudioso rinde tal pleitesía a la política, que subordina a la ética a aquella en la misma medida en que subordina la voluntad individual a la voluntad de toda una comunidad, lo cual resultaría aceptable en tiempos de la antigüedad, pero increíble e inaceptable que en la actualidad aún se actúe y se piense con la fervorosa creencia de que la voz del pueblo es la voz de Dios, experiencia manifiesta ésta, de una de las tantas formas de opresión. No por casualidad, Bakunin afirmaría respecto al Estado –forma de ordenamiento de la polis- que “el Estado es un inmenso cementerio al que van a enterrarse todas las manifestaciones de la vida individual”.
Pero eso no es todo. Este genio de la filosofía antigua –tiene que serlo, pues de otro modo sus ideas no habrían superado en el tiempo el tan evolucionado pensamiento de la especie humana- concibe al Estado como un ser con vida propia, tan natural como el hombre mismo. ¿El hombre un ser natural? Rodeado de tantos artificios lo dudo; y como ya dije, recurre sólo por conveniencia a su “naturaleza”. Si es cierto esto de que el Estado es un “ser natural”, sólo lo imagino como un monstruo frío, y en esto coincido con Nietzsche: “El Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: yo el Estado, soy el pueblo.
Aristóteles considera además, que el Estado es naturalmente anterior al individuo y la familia; ahora comprendo como es que la especie humana, como le ocurre con la idea de Dios, no concibe un mundo sin Estado; una y otra -Dios y Estado- ambas ideas están lo suficientemente arraigadas en las mentes humanas, que imaginar un mundo sin ellas los conduce a la angustia y la desesperación. Educación, aprender a desaprender y una práctica apostata –como mencioné con anterioridad- serían en principio los instrumentos necesarios para destronar a estos viejos dogmas que han vencido la barrera del tiempo.
La dominación estatal, como la divina procedente de Dios, se centra en la manipulación de las necesidades humanas, cada vez más alejadas de lo realmente necesario, más ficticias y artificiales; crean toda una maquinaria articulada dotada de mecanismos tales como leyes, capital, trabajo, nación, patria, castigo, prisión, educación basada en condicionamiento operante, entre otros tantos, que corresponden a esas necesidades ficticias. Mientras más necesidades poseas, más susceptible de dominación serás, para causar un efecto tal que definitivamente estarás convencido de que la familia o la comunidad no puede procurarse a sí misma de todo lo “necesario”, ficticio o no, para “vivir bien”; he allí la satisfacción de la mayor de las necesidades ficticias después de Dios… El omnipotente y omnipresente Estado.
El problema en Aristóteles, entre otros tantos, me parece que es su enardecida creencia no sólo en el método deductivo -no menos determinista, reduccionista, limitado, básico, elemental y unidimensional que el materialismo dialectico marxista- sino también, en la supuesta infalibilidad de los códigos de lenguaje del hombre. Efectivamente, me resulta carente de argumento y arbitrario considerar al Estado anterior al individuo sólo porque desde una perspectiva deductiva el todo es anterior a las partes que lo componen. Concibe al Estado como un gran organismo autosuficiente y autónomo, pero resulta que éstas las obtuvo del robo de la autosuficiencia y autonomía de cada individuo, que ha optado pasivamente por transferirle, delegarle, cederle, entregarle y regalarle su poder único. Sencillamente somos lo que otros (el monstruo frío del Estado) ha querido que seamos.
La política es aquello que se refiere al Estado como forma de ordenamiento de una polis, pero el Estado no es la única forma posible organización de una sociedad, mejor aún, sin Estado no hay política, y sin política surge la más auténtica forma natural del orden basado en la autoorganización, en donde reinan los principios del amor, la solidaridad, la justicia, la igualdad y la libertad. Por ello sugiero en reiteradas ocasiones que no se trata de dotar de capacidad política a los obreros, sino de abolir la clase política que constituye al Estado o ambiciona constituirlo a costa de la manipulación de la clase trabajadora; cuando estatizamos o politizamos el movimiento obrero, surge un representante que abandona la causa para rodearse, sino de todos, de algunos privilegios de los que goza el amo.
Aristóteles con su método arbitrario de lógica deductiva afirma categóricamente que el hombre es un animal político y es tan errado como el hecho de que yo sentencie categóricamente que el hombre es un animal solidario, lo cual basado en la experiencia puede demostrarse que no es así. La naturaleza humana es compleja, diversa y por consiguiente no admite universales, de allí que, aunque la premisa mayor sea falsa sea posible concluir que Aristóteles es un animal político.
El Estado es el verdugo de los individuos..........
ResponderEliminarCorrecto
ResponderEliminarAl final el unico revolucionario sos vos..hace vos la revolucion entonces, y jamas leiste a Marx se nota
ResponderEliminar