No hay nada que lamentar respecto a los gobiernos, al contrario, ha de constituirse en una gran oportunidad para desechar lo inútil; ni siquiera la pobreza, la miseria y el hambre merecen nuestros lamentos y nuestras tristezas, sólo nuestra lucha y nuestro esfuerzo para erradicarlas son dignas de ellas. La autoridad se basa esencialmente en la investidura de privilegios y no hace otra cosa más que representarse a sí misma en defensa del poder que se le ha conferido; su único propósito y compromiso es consigo misma, con su continuidad, con su preservación y su sentido de autoconservación, si cumple con todo esto habrán cumplido con el propósito para el cual existen. Si de algún modo tiene esto que ver con dios, es porque simplemente representa la máxima expresión de símbolo imaginario de la autoridad, por consiguiente su palabra es compatible con el propósito de la autoridad y no tiene nada que ver con nosotros. Autoridad y dios mutuamente se deben el uno al otro; si abolimos la autoridad para que de esta manera surja la solidaridad, el apoyo mutuo, la cooperación y la fraternidad, habrá que abolir primero su máxima expresión simbólica: dios.
Es irresponsable pensar que nuestros problemas son consecuencia de espíritus malignos -todo sea para negar que los individuos son poseedores de voluntad propia- cuya solución está basada en una batalla espitual, cuando de lo que se trata es de una mera lucha de intereses particulares, cuya solución se encuentra en nuestras manos: la abolición de toda forma de manifestación del principio de autoridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario