No soy científico marxista, ni mucho menos poseo título alguno de propiedad de conocimiento conferido por autoridades del clero universitario, que me prohíba o faculte –prohibición que no me detiene y facultativo que no necesito- hacer una modesta reflexión acerca de esto que conocemos por “revolución” y sus implicaciones teóricos-prácticas. Reflexión necesaria para cotejar aquello que se supone es y debería ser una “revolución”, de aquello que no lo es, y por tanto, no sería otra cosa más que una vulgar seudorrevolución.
Soy autodidacta, artesano de mi conocimiento, forjado por propia y espontánea inquietud, sin que alguien dirigiera lo que debo estudiar o leer, para cumplir con el molde que desea imponer; necesitamos erradicar aquella idea manipuladora de los científicos burgueses, engelsistas y marxistas, de que los obreros son ingenuos ignorantes, que no lo son, y los burgueses son genios científicos de la clarividencia profética, que obviamente tampoco son tal cosa. Los obreros además siempre tendrán lo que jamás poseerán los genios científicos burgueses, esto es, la pasión por la libertad y la fibra sensitiva por la opresión sufrida.
La revolución nacerá espontáneamente en los obreros y campesinos o no será, decir lo contrario es constatar la regla autoritaria del marxismo, de que un agente externo manipulador, ajeno al sentimiento del proletariado, le dará la liberación tan anhelada. Como verán, estos señores marcaron el camino del nacimiento del socialista burgués: el obrero es un ignorante y necesita ser dirigido para saber que debe hacer. Si continuamos consintiendo esta aberración, habremos perdido toda esperanza en la lucha por la igualdad, la libertad y la justicia.
Efectivamente, con su plan claramente puesto de manifiesto con el más vil cinismo, buscan apartarse y diferenciarse del resto de la burguesía, alegando ser los seres sobrenaturales, dotados de solidaridad, intelecto y ciencia, conocedores de la opresión que padece la clase obrera y por consiguiente de la forma en que han de lograr su emancipación, con lo cual sólo buscan elevarse por encima ella y deshacerse del resto de los burgueses. Pero elevarse sobre la clase obrera no les es suficiente -son buenos científicos que han experimentado con los obreros como si se tratarán de ratones de laboratorio- sino que, aún por debajo de la clase trabajadora, se percataron que existe otra clase, tan vividora y chupasangre como ellos mismos, como lo es el subproletariado, cuya existencia no sólo es conveniente para los fines de su populista hegemonía política, sino que también resulta deseable convertir al proletariado en holgazanes del subproletariado, situación favorable en un entorno de socialismo autoritario petrolero, condición nunca antes vista en ninguna de las versiones del socialismo o comunismo autoritario.
Este notabilísimo grupúsculo de doctos, que determinaron las leyes que rigen el universo y la sociedad, encontró en Marx, su patriarca, y en Engels, su discípulo; para que su sagrada familia prevaleciera -los hijos de sus hijos, generación tras generación- dejaron plasmado sus mandamientos, entre los que mencionaba la necesidad de un partido que organizara a sus miembros revolucionarios en la lucha de clases. Sus sacerdotes descendientes, entre ellos: Kautsky y Lenin, para no extenderme con la lista, pugnaron por hacer la interpretación más aproximada al legado del sumo pontífice, pero hoy día, próximos a arribar al siglo II después de Marx, en cuanto a partido se refiere, la teoría de Lenin la reconocen como el valor agregado del marxismo.
He aquí donde los modestos superdotados científicos, humildes conocedores de su infinita sabiduría y excesivo talento, demostraron -con su análisis autoritario de cándida solidaridad por la ajena injusticia sufrida por los ignorantes, incapaces y pusilánimes trabajadores- que ellos debían organizar y dirigir la lucha política de la clase obrera. Esta burla se remonta a los jacobinos y Robespierre, quienes durante la revolución francesa, fueron considerados el ala revolucionaria de la burguesía, en una revolución liberal, emprendida por burgueses y sostenidas por obreros, cosa más extraña, de curioso patrón muy peculiar en lo venidero.
A esta revolución burguesa también debemos la herencia, resabiada en primera instancia, y obsoleta luego, de una idea que aún desgastada, fastidiosa, ladilla y burlesca, se mantiene vigente hoy día; una idea unidimensional y petrificada, manifiesta en las expresiones de “derecha” e “izquierda” de la Francia revolucionaria del siglo XVIII. Estas expresiones –al menos en la práctica, pues aún en la teoría existen compañeros anarquistas y comunistas que dicen ser la izquierda de la izquierda que está más a la izquierda de la izquierda, en un esfuerzo quizá de frustración, indignación e impotencia, por diferenciarse a las experiencias autoritarias de “izquierda”- no son más que relaciones en torno al poder: en el centro, el rey, monarca, jefe de estado o presidente; a la derecha, los súbditos burgueses de la monarquía, siempre que la propiedad privada y sus intereses particulares se conserven; a la izquierda, los radicales burgueses que se oponen a la monarquía por razones históricamente populistas, burocráticas e intereses particulares ocultos; pretendían “limitar” la propiedad privada, lo cual deja abierta la posibilidad de la conveniencia, cuando esta es admisible y cuando no lo es, que al hacerse del poder sabemos hacia donde se inclina la balanza. Efectivamente, a la izquierda y abajo: a la izquierda el poder, y abajo su instrumento; de allí el porque suelo decir que prefiero un liberal sensato que un socialista engañoso, y aunque algunos lo cuestionen, se que sabrán a lo que me refiero.
Luego de los jacobinos del siglo XVIII, la candidez solidaria de los superdotados y radicales burgueses agraviados por la injusticia ajena, se hizo presente una vez más en la historia a través de los bolcheviques del siglo XX, en esta ocasión de la mano de las ideas marxistas y dos de sus discípulos: Lenin y Stalin. Pero no hay duda, que lo que tuvieron de ideológico los jacobinos franceses y los bolcheviques rusos, lo tienen de petrolero los socialistas burgueses venezolanos del siglo XXI; ideológico o petrolero, persiguen el mismo fin reiterado históricamente: el poder en manos de una minoría dirigente, burócrata y burguesa.
He aquí el jacobinismo bolchevique petrolero, un espécimen clasista del socialismo autoritario, con rasgos comunes a su especie génesis, los jacobinos y bolcheviques, por supuesto, con algunos rasgos evolutivos propios de la socialdemocracia, surgidos de una necesidad de enmascaramiento para perpetuar y conservar el poder, compatible a la discreción de los medios empleados y las estratagemas ocultas en los derechos humanos.
En ocasiones ya he dicho, dadas las experiencias históricas, que posiblemente una revolución no sea la solución a los problemas de la desigualdad, la tiranía y la injusticia, puesto que en si misma, ella –la revolución- los engendra, y por lo tanto tendríamos que concebir nuevas formas, medios y métodos en coherencia con los fines anarquistas y comunistas libertarios. Por otro lado, podríamos ratificar la revolución como alternativa a la transformación social que deseamos, considerando que toda revolución habida hasta el momento, ha sido guiada por una minoría burguesa, socialista o no, que ya ha sido descrita lo suficiente y que se ha hecho del poder a expensas del obrero; pero ratificar la revolución como medio implica aprender de los errores históricos que ha cometido la clase obrera, entre ellos, seguir creyendo el cuento de burgueses socialistas “doctos” que los adormece y los ahoga en un profundo letargo de pasividad y complicidad.
En un mundo en el que prevalece la burguesía, los socialistas burgueses, capitalistas de estado que negocian con transnacionales, burócratas nosferatus de las necesidades humanas, son reformistas que viven y conservan las costumbres y condiciones elitescas que tanto aborrecimiento dicen tenerle; preservan el rey populista petrolero, mientras sus intereses y privilegios también se conserven, perpetuando de esta manera una nueva dominación “revolucionaria”. Han deformado la acción sindical, en la que el patrón estado afirma representar al obrero, prohíbe sindicatos, anula la legítima protesta, la ha falseado y sustituido por manifestaciones pro defensa del gobierno. Mundo deforme este, en el que se protesta para defender gobiernos.
Para darle sostenibilidad al proyecto de dominación “revolucionaria”, históricamente han trazado líneas de acción orientadas a la santificación, burocratización y centralización del estado, con una economía igualmente centralizada, que mantiene el modelo básico de la sociedad capitalista e industrial, basada en la relación de dependencia al trabajo y al capital: producción en masa, calidad, estandarización, comercialización, compra y venta, oferta y demanda, estudio de mercado, segmentación de mercado, diversificación de productos, explotación y consumismo, precios más baratos. Este socialismo conservador del siglo XXI, cuenta con recursos con los que nunca antes había contado ninguna otra expresión de socialismo burgués, y ha podido dar soporte a esta sociedad de capitalismo de estado, gracias mayormente a los ingresos de la explotación de petróleo, hierro, bauxita, oro, entre otros recursos minerales, y a la aplicación de instrumentos específicos, propios de reformistas sociales burgueses: impuestos, sistemas de seguridad social, subvención de medicinas, salud y asistencia social, pensiones a trabajadores, entre otros.
Este jacobinismo bolchevique del siglo XXI, desea que la historia se quede estancada en el capitalismo; intenta mostrar que el socialismo burgués es tan bueno para ellos como para los obreros que explotan política y económicamente. Se han tomado muy en serio la idea de que “es necesario que para llegar al comunismo el capitalismo se desarrolle en su máxima expresión”, y se han convertido en genuinos procapitalistas que han reducido la lucha contra la alienación, a una falsa y mera lucha contra la “explotación del hombre por el hombre”, omitiendo por completo la componente de lucha contra la explotación de la naturaleza por el hombre. No podemos esperar que estos capitalistas y farsantes socialistas, nos dejen un mundo devastado para comenzar a actuar en pro de la anarquía comunista o el comunismo anarquista.
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