Desconozco todo mérito de la filosofía marxista, por lo que me considero un impetuoso blasfemo dedicado a envilecer las rigurosas expresiones de ciencia del científico Karl Marx, recalcando la condición de ciencia, para distinguir su doctrina, aunque sea con una delgada y fina línea que lo diferencie de la doctrina de su compatriota teólogo Martín Lutero. Vulgar de la ciencia, representante del clero académico, genio burgués, profeta clarividente, autoritario, nosferatu intelectual, docto de infinita sabiduría, patriarca de excesivo talento, iluminado populista, burócrata superdotado y sumo pontífice del socialismo, son algunos de los calificativos que le he dedicado al señor Marx. Mientras recopilaba los recién mencionados calificativos del susodicho caballero, advertí que no sólo describía un espécimen en concreto, sino todo un género, que reunía todo un conjunto de especies con rasgos en común: los alemanes, entre ellos, Georg Hegel, Adolf Hitler, Martin Heidegger y Friedrich Engels, aunque este último significara lo mismo que volver a mencionar a Marx, y éste a su vez, significara lo mismo que volver a mencionar Hegel.
Sin embargo, respetuosamente he procurado compensar la mención del quinteto de ideólogos alemanes claramente definidos, contraponiéndoles nada más y nada menos que al siguiente cuarteto: Heinrich Heine, en quien se resalta la elegancia y la sencillez del idioma alemán, plasmadas y evidenciadas en sus poesías y ensayos, todo un escritor crítico, polemista, satírico y muy especialmente, a pesar de haber sido alumno de Hegel e influenciado tempranamente por sus ideas, llegó a convertirse en todo un subversivo de la filosofía hegeliana; Arthur Schopenhauer y su voluntad de vivir, en lo particular, una sutil armonización de la filosofía occidental con la oriental, y se opuso a la escuela metafísica e idealista postkantiana, específicamente a Hegel; Max Stirner, que a pesar de haber sido influido por un mundo en el que reinaba la dialéctica hegeliana, ofrece, a mi modo de ver, una perspectiva en la que vence la referida dialéctica, el idealismo y el realismo, con el mismo uso de la dialéctica, plasmado en su obra: “El único y su propiedad”; Friedrich Nietzsche, que nos dejó la muerte de dios, la transmutación de los valores, la voluntad de poder, el superhombre, como aquel capaz de vencer la moral de esclavos y la moral de rebaño. Pero bien es sabido, como diría Ortega y Gasset, que la masa no piensa ni actúa por sí misma, han seguido continuamente con obediencia, sumisión, instinto de fidelidad y servilismo, el camino que muestra una interpretación interesada y conveniente de unos pocos, los “genios”; Albert Camus crítica a Nietzsche, por haber dejado una puerta abierta a la tiranía y el dominio de los “grandes individuos”, la misma puerta que en algún momento utilizaron Hitler y sus nazis, pero como he dicho, la masa no piensa ni actúa por sí misma, necesita ser dirigida, pues ha nacido para obedecer y servir, lo impersonal oculto en la generalidad, fantasmagoría sin identidad, un todo que es nada y es todo a la vez, nada porque es inútil, todo porque su mera y vaga existencia es determinante.
Retomando el quinteto inicial de ideólogos alemanes, aunque todos tienen en común los rasgos característicos indicados, resalta entre ellos, a pesar de no ocupar el sitial de honor, Martin Heidegger, quien afirmó que sólo es posible filosofar en griego o en alemán, puesto que la filosofía es la forma auténtica del pensar europeo. Es posible que la charlatanería y la prepotencia sean exclusivas de los alemanes, que además alegan la posibilidad real manifiesta en ellos, de un saludable sentimiento nacional, lo que cabría igualmente posible encontrar que entre ellos existan burgueses buenos y honrados (los socialistas científicos o marxistas), porque en su fraterna solidaridad burguesa se percataron de la explotación que padece el obrero, y éstos necesitan de los científicos burgueses para su emancipación.
Si sólo se filosofa en alemán, y han sido sus ideas las que han imperado en este mundo, entonces no cabe duda de que el mundo es lo que es, por la simple razón de que se ha sometido a merced de estas ideas. Haciendo a un lado al idealismo dialéctico de Hegel y su noción de estado, quien ocupa el sitial de honor de este quinteto, es el iluminado populista Marx y su marxismo, y dadas las experiencias históricas analizadas a la luz de la prédica de su historicismo, sólo se reduce a una expresión burda de práctica revolucionaria, de la que se evidencia la ascendencia continua de una baja burguesía inconforme y ambiciosa, o más bien de profesionales de la clase media alta, igualmente inconformes y ambiciosos, que desean y aspiran cargos políticos con buenos salarios, so pretexto de luchar contra la alta burguesía, incluso negociando con ella, utilizando para ello al trabajador, quien también se presta para este cometido, todos con miras a salvar su existencia más inmediata y luchar por los intereses futuros, mientras se perpetúa la necesidad del trabajo y el apego al capital, sobre los cuales el trabajador queda desvalido ante la voluntad misericordiosa del empleador. La única conclusión práctica que puede obtenerse del marxismo, es que sencillamente nada hay que hacer, tenemos la sociedad que deseamos, nada hay que transformar, sólo esperar que hayan burgueses buenos y honrados, esto es, que hayan socialistas.
Considero que principalmente son dos los elementos que imposibilitan al comunismo anarquista: la burguesía y los nacionalismos. Mencioné y hablé brevemente acerca de la burguesía, pero sólo hice una sucinta referencia acerca de los nacionalismos. No tengo dudas al pensar que Marx fue el primer profeta nacional-socialista alemán y de allí en adelante implantó en el rasgo genético del marxista, un carácter nazi-fascista totalitario; junto a su fiel e inseparable discípulo Engels, advertían que los avances de la clase obrera en Alemania -dada su gran capacidad, dotes de disciplina, energía, firmeza y coraje, propias del linaje y la estirpe teutona- eran incomparables, un hecho sin igual y sin precedente alguno, y que por lo tanto se encontraba cerca del triunfo. Afirmaban que los obreros no tienen patria y contrario a ello exaltaba el movimiento obrero alemán en detrimento del francés. Nosotros los anarquistas siempre hemos sido objeto de cuestionamiento por parte del conclave marxista, al considerarnos soñadores, pero sin vacilación, definitivamente que su santo patriarca, en su sueño inútil, iluso e ingenuo, al creer que sería en Alemania donde ocurriría el primer gran triunfo de los obreros, demostró que los autoritarios también tienen su propia utopía, y puesto que estamos a la par, donde hayan autoritarios haciéndose del poder y sus privilegios, habrán anarquistas y comunistas libertarios haciéndole frente.
Se requiere de un esfuerzo de titánicas proporciones para hacer frente al dogma historicista e histórico que mantiene atado el anarquismo al socialismo, posición esta que de seguro despertará opiniones contrarias y en favor del conservadurismo teórico; empero, lo que si resulta evidente, más allá e independientemente de la vinculación histórica entre el anarquismo y el socialismo, es que cualquier corriente de pensamiento posible del siglo XIX, se sostenía por el andamiaje de aquel hegelianismus que desempolva, restituye, sofistica y moderniza a la dialéctica, en la que ambas –anarquismo y socialismo- no fueron la excepción de esta influencia.
De hecho, aún hoy padecemos de la fe dialéctica de Hegel y su más trascendente consecuencia: Marx; un Marx que ni siquiera alcanzó a ser marxista, sino que permaneció autoengañado en el cobijo que le brindó el idealismo hegeliano, pues juraba que revolucionaba el método al cambiar pensamiento por materia, de la misma manera que se engañó al creer que revolucionaba la sociedad quitándole el estado a los burgueses para dárselo a los obreros. Desafortunadamente, el mismo Stirner fue alcanzado por esa influencia, porque siendo alemán, definitivamente era casi imposible no ser víctima de ese dogma de fe; sin embargo, más desafortunados son aquellos que no siendo alemanes siguieron, siguen y seguirán ese camino.
En todo caso, la simpleza de la dialéctica sólo permitiría explicar fenómenos simples; la dialéctica no es un requisito de análisis e interpretación del anarquismo, sólo es una herencia dogmática que hoy día es necesario deshacernos y desprendernos de ella. Después de todo, la injusticia, la tiranía y la desigualdad, no dejan de ser tales por dejar de pensar "científicamente" en dialéctica. La dialéctica es la flojera de pensar que conduce a la necesidad de condiciones autoritarias marxistas, o más bien hegelianas, y por lo tanto hay que caerle a martillazos.
Efectivamente, necesitamos, mejor tarde que nunca, que la revolución anarquista se extienda al ámbito epistemológico. Es hora que la anarquía escape de la prisión dialéctica en la que se le ha encerrado, impidiendo su desarrollo pleno; la prisión de este templo está custodiada rigurosamente por fieles sacerdotes del credo dialéctico, pero si podemos lograrlo. Hemos caído en el estúpido juego de los marxistas, al desarrollar variantes interpretativas de la dialéctica, y de este modo surgieron un sinfín de modelos inútiles; inútiles porque la sociedad humana es tan extraordinariamente compleja como para estudiarla a través de la rudimentaria óptica simplista de la dialéctica, tan arbitrariamente lineal, que denota dejadez. Dialéctica… al museo.
Anarquía, entre otras tantas cosas es la superación del mediocre pensamiento dialéctico y binario de la mente humana, que le impide apreciar y contemplar la belleza, armonía y sutileza del caos; nos condenan a lo básico, lo primitivo y lo unidimensional. Nos engañan y ocultan el auténtico orden en el orden que nos imponen para conservar el poder a costa nuestra.
Por alguna razón de oscurantismo dogmático del sofismo y, la razón lógica y teórica, ha prevalecido un marxismo que se impuso a través del plusvalor epistemológico, aquel valor no tomado en cuenta, de los aportes, esfuerzos y trabajos realizados por otros. Al más auténtico estilo alemán, para sistematizar teorías, recopiló y adaptó los trabajos de Malthus (teoría del valor), Proudhon (plusvalía), Adam Smith (modos de producción), Guizot (lucha de clases), Hegel (dialéctica) y Feuerbach (materialismo histórico), de los que Marx se apropió gratuitamente; aunado a esto, al escribir “Miseria de la filosofía”, no pudo ocultar el desprecio que sentía por Proudhon. Tal como afirma Everth Provoste: "Todo lucubro de Marx destruye a Marx (...) Carlos Marx fue un suicida idelógico: lucubró la idea del suicidio ideológico"; este señor –Marx- es un suicida ideológico que nació autoritario y fracasado.
Como buen autoritario, el materialismo histórico de Marx no es más que un idealismo materialista que surge motivado a un esfuerzo análogo a la división de la historia cristiana, dentro de la ideología alemana, en un antes y después de Marx. Para ello tenía que desacreditar a predecesores y anular todo esfuerzo contemporáneo a el. Ni siquiera Marx es marxista, Marx es hegeliano.
Como buen fracasado, afirmaba que "el capitalista puede vivir más tiempo sin el obrero que este sin el capitalista”. Es la fiel imagen de cuanto socialista hay en este mundo, el Abraham del socialismo "científico" y la roñosa socialdemocracia. Señalaba que "el rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa", resultando evidente porque a través de su dialéctica, se obtiene en la práctica, como síntesis, una nueva clase opresora, antes supuestamente oprimida, y dotada de un espíritu burgués renaciente y vigoroso.
Precedido de Hegel, con Marx se fortalece la macabra combinación entre ideología alemana y religión hebrea, que equivale a decir: religión alemana o ideología hebrea; combinaciones tan peligrosas, como hablar de religión ideológica o ideología religiosa, o bien, alemán hebreo o hebreo alemán. Debo acotar, que cuando digo hebreo estoy haciendo referencia específicamente a las tres religiones monoteístas –judaísmo, islamismo y cristianismo- cuyo patriarca es Abraham, y son más parecidas de lo que suponemos e imaginamos. A estas especies en general, cualquiera que sea su combinación y sin distingo de lugar, las denomino “hebreos socialistas burgueses modernos” dotados de una gran habilidad sofista.
Superar la idea alemana y sus sistemas filosóficos socialistas-burgueses, como la acción francesa y su revolución liberal, son los retos que debemos asumir.
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