A nivel mundial,
sin distinción de tendencia, concepción, enfoque o ideología educativa,
pedagógica o política, la educación no
sólo se ha tornado como un derecho de todos, sino también como un factor
imprescindible para el desarrollo social, tanto para quienes desean consolidar
el sistema, como para aquellos que buscan transformarlo.
La práctica
educativa tradicional escolástica, memorística, irreflexiva, academicista,
carente de aplicabilidad y práctica, ha conducido a gran parte de la población
a una incredulidad generalizada, acentuada en la Educación Secundaria, respecto
a su eficacia; lo cual se ve reflejado en las tasas porcentuales de egresados que
además, se encuentran con perspectivas inciertas ante un mundo laboral y
productivo competitivo para el cual no todos pueden demostrar capacidades y
actitudes esperadas.
A menos que se
desee perpetuar y consolidar este sistema educativo tradicional, es inútil describir su problemática si su
solución se plantea desde sus propios
fundamentos, que precisamente son las causas por las cuales el problema
de la educación es el mismo sistema: pertinencia de currículo, estándar de
calidad, retraso en la culminación de los estudios, deserción escolar, entre
otros.
El conocimiento
vinculado al éxito como resultado del cumplimiento de un contenido curricular a
través de su práctica evaluativa, es lo que conlleva al conocimiento
memorístico y reproducción de contenidos disociado de la realidad y su
aplicabilidad, así como también a la frustración que genera la no consecución
del éxito que condena al estudiante a la condición de fracasado, al no reunir
las exigencias mínimas del evaluador, dueño y poseedor del conocimiento.
No pudiendo
aproximarse al conocimiento, esta condición de fracasado que otorga el sistema
educativo a los estudiantes influye directamente en la agudización de los
grandes problemas sociales dentro de los que está inmersa nuestra juventud
tales como el incremento de maternidad temprana, pandillaje, alcoholismo,
exclusión del mundo laboral competitivo como continuación de la intencionada
exclusión del mundo estudiantil competitivo, con la simulada intención de
reducir dicha exclusión.
Se alega que una
de las causas de este fenómeno es la escasa pertinencia del diseño curricular,
la permanente pretensión de los eruditos, de imponer, generalizar y simplificar
todo un vasto conocimiento en toda una vasta diversidad de estudiantes bajo los
mismo parámetros, condiciones y criterios; de tal manera que existirían tantos
diseños curriculares como eruditos académicos, que en el mejor de los casos
crearán procedimientos que ofrezcan la ilusión de un consenso y así imponer qué
es pertinente y lo que no lo es.
Por otro lado, la realidad social del docente se
encuentra sumida en una confrontación que deviene de las relaciones de
autoridad, que pueden categorizarse por áreas de conocimiento, perfiles
universitarios, titulación versus contrato, condiciones económicas,
militarización y jerarquización de los docentes a través de ascensos y
finalmente un desconocimiento acerca de las diferentes corrientes pedagógicas
que reduce la práctica docente a una regencia que administra notas y
evaluaciones, moldes curriculares y medición de calidad de adaptación al molde.
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