Este es el punto de
partida para la descripción, caracterización e interpretación de la realidad
geográfica actual según el enfoque de la Geografía Libertaria. Puesto que la
noción de realidad constituye uno de los problemas fundamentales de la
Filosofía en general y muy específicamente de la Filosofía de la Ciencia o
Epistemología, que además, en torno a la realidad se plantea el problema acerca
de los modos de expresión, he considerado establecer un marco lingüístico que
permita dilucidar el problema del lenguaje, en cuanto al uso, pertinencia y
correspondencia con la realidad, del término “Geopolítica” expuesto desde los
enfoques autoritarios tradicionales y el término “Geoestatismo” propuesto desde
el enfoque de la Geografía Libertaria.
He dejado en evidencia
una vez más, el incesante énfasis de la siempre necesaria reflexión
epistemológica que se promueve a través de la Pedagogía Libertaria, exponiendo,
proponiendo y presentando la concepción del espacio según la Geografía
Libertaria, el conocimiento de la realidad geográfica, la comprensión de la
dinámica espacial, los diversos factores que la condicionan y las posibilidades
de transformación de dicha realidad.
Mucho se comenta acerca
del carácter descriptivo de la Geografía como ciencia, aludiendo que dicho
carácter descriptivo es superado por lo que considero es una especie de
descripción diferente a la del mundo físico y natural, esto es, una especie de
representación pictórica a través de palabras acerca del desarrollo
científico-tecnológico, progreso, imperialismo, orden mundial, cambio climático
y globalización, como condicionantes de la dinámica espacial o su aplicación en
lo que algunos denominan la ciencia y el arte de la guerra.
Marx y Engels en su
tesis XI sobre Feuerbach afirmaban: “Los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo”. La descripción no dejará de ser mera descripción por el sólo
hecho que se diga que ya no lo es; es necesario una idea y una acción
concordante con dicha idea para transformar el mundo y la realidad.
Pero si el historiador
es un cuentista de lo que otros hicieron en tiempo pasado o de los que otros
hacen en tiempo presente desde la cumbre del poder, en fin, narrador de cuentos
que ensalza y exalta a regentes en un matiz mesiánico de heroicidad, proezas y
hazañas, convenientemente exageradas, manipuladas y distorsionadas, hasta el
punto de considerarlos dotados de don y talento por una gracia divina; si el
geógrafo es el pintor con palabras del espacio en el que se desarrolla el mismo
cuento del historiador; si ambos (el historiador como estudioso de la historia
y el geógrafo como estudioso de la geografía) lo mismo que todos y cada uno de
los miembros de una comunidad, no son partícipes directos y transformadores
activos de la realidad de su entorno, la historia y la geografía continuarán
siendo la historia y la geografía del poder, la dominación y explotación del
hombre por el hombre y la explotación de la naturaleza por el hombre.
Un poco más de la mitad
de la población mundial pertenecen al grupo de las religiones abrahámicas (judaísmo,
cristianismo e islam) y coinciden en la figura de Abraham como el primer
patriarca hebreo, que sienta las bases de toda una tradición espiritual que aún
prevalece como el séquito de fieles religiosos de mayor número en el mundo; el
denominado “salvado de las aguas” también constituye un personaje importante
para las susodichas religiones, aquel legislador que presenció la promulgación
del decálogo de ordenanzas del todopoderoso en el monte Sinaí.
Sean principios de
moralidad u ordenanzas de legalidad, en una fe que al ser tan extendida en la
tierra como ninguna otra y pareciera denotar una gran convicción entre sus
fieles, si tomamos como muestra el precepto de “no matar” contenido en este
decálogo, qué moralidad o legalidad puede encontrarse por encima de aquella que
procede de dicha fe, e imponerse hasta lograr vencer la fuerza de sus
convicciones a tal punto de justificar el asesinato, la guerra, las armas, y pertenecer,
licenciar, bendecir y conceder méritos a quienes la portan y usan, es decir,
justificar el militarismo.
Planteo las siguientes interrogantes
a los descriptores: ¿Qué es la descripción? ¿Quiénes describen? ¿Existen
diferentes especies de descripción o acaso una especie de transformación en el
ámbito descriptivo? ¿Por qué subestimar la descripción del espacio físico natural
con lo que supondría un distanciamiento del hombre con la naturaleza y de sí
mismo? ¿Por qué otorgar relevancia a la descripción del progreso, la
superficialidad, lo artificial, el desarrollo tecnológico, las armas y la
guerra, donde yace la más grave contemplación? ¿Es posible una transformación en
los judíos, cristianos, musulmanes y la otra mitad minoritaria de la humanidad,
a sabiendas de que todos tienen la convicción de “no matar” y han adquirido la
conciencia de que todos han de ser partícipes directos y transformadores
activos de la realidad de su entorno, sin ningún tipo de representación o
delegación?
Por supuesto, es
necesario aclarar que cuando digo “no matar” no solo me refiero al hecho
concreto de asesinar o quitar una vida humana, sino al sentido más amplio
sugerido por Pierre Joseph Proudhon en su texto “Qué es la propiedad” cuando al
hacerse la pregunta ¿qué es la esclavitud? Responde: “es el asesinato […]No
necesitaría de grandes razonamientos para demostrar que el derecho de quitar al
hombre el pensamiento, la voluntad, la personalidad, es un derecho de vida y
muerte, y que hacer esclavo a un hombre es asesinarlo”.
De tal manera que el
trasfondo del “no matar”, como una de las diez reglas que el omnipotente
entregó a Moisés, no es tan simple como lo refleja la práctica de sus numerosos
seguidores. Llegado a este punto, vuelvo a preguntar, y en esta ocasión con
mayor énfasis y formalidad: ¿Qué moralidad o legalidad puede encontrarse por encima
de aquella que procede de la fe en la que un poco más de la mitad de la
población mundial coinciden en seguir, e imponerse hasta lograr vencer la
fuerza de sus convicciones a tal punto de justificar el asesinato, la guerra,
las armas, y pertenecer, licenciar, bendecir y conceder méritos a quienes la
portan y usan, es decir, justificar el militarismo?
Aquí os presento al
Estado-Nación, “el más frío de todos los monstruos fríos” que “con dientes
robados muerde”. No he sido yo el primero ni el último en vencer a dios; tampoco
he sido el primero ni el último en prevenir acerca del advenimiento “del nuevo
ídolo”. He aquí la moralidad y la legalidad que se impone y prevalece sobre la
fe de las tres hijas del primer patriarca hebreo, quedando relegadas al rol de
brazo religioso del monstruo que se ha erigido como el nuevo ídolo; su señal
indica “voluntad de muerte” y los “predicadores de muerte” son cómplices de la
esclavitud y el asesinato, “atrae a los demasiados”, “los devora y los masca y
los rumia”.
En lo sucesivo habrá
que llamar las cosas según lo que son, ya no denominaremos más Geopolítica a lo
que no es Geopolítica, la denominaremos Geoestatismo, que no es más que la
primera consecuencia de una dinámica espacial basada en la fe del nuevo ídolo,
en el que se sientan las bases de todo un conglomerado teórico que justifica y
lleva a cabo la dominación, explotación y manipulación mundial. El geoestatismo
es posible debido a que los pueblos consintieron que el credo estatista prevaleciera,
convirtiéndose de esta manera en un “cementerio al que van a enterrarse todas
las manifestaciones de la vida individual”.
El credo estatista se
ha universalizado y está presente en cada rincón del planeta; si hay algo que
place y complace a todos y cada uno de los representantes o delegados de estos cercos
estatistas-nacionalistas (sean simpatizantes unos o antagonistas otros), es la
comunión de esta fe y su lenguaje. Los pueblos han sido encerrados en este
cerco como si se tratara de un corral de ovejas hacia el matadero, obligado a
obedecer bajo el amedrentamiento y la intimidación de los brazos adoctrinador,
religioso y armado del nuevo ídolo.
Sobre la base del credo
del “perro hipócrita” se erigen imperios, que consiste en la superioridad,
control y dominación de unos estados-naciones sobre otros. En este sentido,
podemos considerar la existencia de estados-naciones poderosos y dominantes que
generan polos de atracción en torno a los cuales se alinean y fijan posición
los estados-naciones pequeños y dominados. El geoestatismo denomina orden
mundial a esta forma como se configuran las jaurías de perros hipócritas, los
polos de atracción y sus correspondientes alineaciones.
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