En
los 11 años siguientes a mis 23 años, sin ningún tipo de inducción o estímulo
externo ajeno a mi voluntad y movido por mi espontánea inquietud a través de
las lecturas de Ortega y Gasset, Schopenhauer, Sartre, Cioran, Camus y
Nietzsche, inevitablemente me acerqué a las ideas del nihilismo,
existencialismo, vitalismo y el cinismo, que combinadas todas en elementos
comunes y no comunes, emprendí un intento por describir, interpretar, definir y
dar forma en pensamiento a todo aquello que por sentimientos y sensaciones ya
había experimentado en un mundo con el que continuamente me mantenía en choque
por el mero hecho de pensar y actuar diferente, y cuyo funcionamiento basado
principalmente en el condicionamiento operante: recompensa y sanción, premio y castigo,
vigilancia, deber y poder, pretendía sumirme hacia la senda del molde de un
rebaño con conducta deseadas por otros, normalmente investidos de autoridad, y
esto no es más que la negación de mi propio ser, mi propia existencia, mi
propia vida, mi propia identidad y mi propio yo.
Me
decepcioné del mundo y ya no volvería a ser el mismo; el entusiasmo con el que
intentaba afrontar ese mundo se extinguía, me resultaba cada vez más difícil
sobrellevar los ámbitos de trabajo en los que me desenvolvía, al ser incapaz de
asumir un molde de conducta que estaba muy distante de ser yo, y peor aún, que
implicaba la renuncia de mi yo. Cual superhombre que ha superado la cuerda
tendida sobre el abismo, que no desea ser ni amo ni esclavo, di muerte a Dios,
lo sepulté y destruí su trono, pero todavía tendría que esperar tres años más
para destruir al nuevo ídolo estatal y sus instituciones.
Para
entonces comprendí que había iniciado un proceso personal sistemático de
negación de todo dogma, que daría paso a una apertura de opciones infinitas no
determinadas y al desarrollo de un espíritu libre y creador, luchando
continuamente por no ser absorbido por el rebaño en un mundo sin libertad,
conservando siempre el privilegio de ser uno mismo, al ser enemigo acérrimo de
todo aquello que degrada y todo aquello que es elevado en adoración, que en sí
mismo es un acto de rebelión que es repudiado y odiado por la masa amorfa
aglutinada.
Todo
aquello que coaccionaba el desarrollo de mi propio yo y mi voluntad, se
convertía en una cadena que aprisionaba mi existencia, generándome angustia,
malestar y aflicción. Esta angustia que me aquejaba, me conduciría poco a poco
al camino de la libertad, el cual le daría forma propia a mi carácter y a mi
destino. Siempre frontal al difundir mis ideas y compartir mis experiencias,
mis lecturas siempre eran consideradas inútiles y motivo de burla en este mundo
arbitrario, simple y unidimensional.
Considerando
mis reiterados intentos fallidos para continuar mis estudios de educación
superior, desde el punto de vista de la obtención de un título universitario la
ciencia también fue para mí un asunto pendiente al igual que la política y la
economía, y advertí que las tres tenían mucho en común con la moral, la ética y
la religión, puesto que todas se basan en leyes creadas por eruditos que para
su cabal cumplimiento luego son custodiadas por pastores y sumos sacerdotes.
Fue
a mis treinta y cinco años de edad, cuando a mis manos llega un libro titulado
“Tratado contra el método, esquema anarquista de la teoría del conocimiento” de
Paul Feyerabend, y al leer las primeras líneas de la introducción del texto, en
las que el autor escribe: “El presente ensayo ha sido escrito con la convicción
de que el anarquismo, que tal vez no constituye la filosofía política más
atractiva, es sin embargo una medicina excelente para la epistemología y para
la filosofía de la ciencia”, quedé atraído completamente por las ideas
anarquistas. No es que hasta ese día no haya leído acerca del anarquismo, sino
que simplemente había leído a sus detractores; desde entonces investigué a
profundidad, leyendo principalmente a Proudhon y “Qué es la propiedad”, a Bakunin
y “Dios y el Estado”, a Kropotkin y “La conquista del pan”, a Malatesta y muchos
más. A partir de este momento de mi vida, me reconcilié con la ciencia, la
política, la economía y la ética, pues hallé que si es posible concebir el
mundo de otra forma.
He
aquí que hoy día me encuentro en la UPEL, cursando la carrera de Docente de Geografía
e Historia, pues estoy convencido que el único camino y medio, justo y
razonable, para lograr la transformación de una sociedad autoritaria y corrompida a una
sociedad libertaria, justa, fraternal, solidaria, libre e igualitaria es a través de la
educación libertaria, específicamente transformando y reivindicando la forma
como son vistas las ciencias sociales. Aunado a esto, me encuentro distribuyendo panfletos sobre anarquismo mientras trabajo como taxista y mientras la dinámica del sistema me lo permite, hago uso de la bicicleta como medio de transporte. Salud y anarquía!!!
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