Si abstraemos, el tema tratado en
este Panel-Foro, titulado como “Problemática contemporánea de la Universidad
venezolana”, de su contextualización tiempo-espacio, es decir, de la contemporaneidad
venezolana, obviamente, dando por sentado la vinculación de la universidad con
el conocimiento y la educación, no hay duda que realizar un análisis de una
problemática de este tipo, independientemente del punto geográfico que los
internacionalistas definen como estados-naciones, y cualquiera que sea el
momento histórico, requiere necesariamente, entre otras cosas, que tomemos en
consideración la relación entre política y educación.
Digo entre otras cosas, puesto que
convendría, necesariamente como dije, considerar otros aspectos no menos
importantes, que ameritan una revisión de la historia e historiografía no sólo
de la universidad, sino también de la ciencia, el conocimiento, la educación,
la pedagogía, la didáctica, la enseñanza y la tecnología, considerando sus
orígenes, etimologías, y todo aquello que en esencia las definen.
No
es que se hayan desestimado estos descriptores o factores que son ineludibles a
la hora de conceptualizar una problemática de naturaleza educativa;
simplemente, que si deseamos desarrollar el pensamiento acrítico y la tan
anhelada actitud cuestionadora, habrá que realizar un estudio pormenorizado y
detallado, de todos los aspectos antes mencionados, para rechazar y desechar todo
aquello que sea contrario a la libertad, la autonomía y al desarrollo del pensamiento acrítico del
que hablamos, superando como ya se ha dicho, el desinterés, la indiferencia, el
desgano, la apatía, la autoexclusión, la privación, la inhibición, el hastío y
la rendición, esto es, la nada creadora, el trastocamiento de los valores en
términos de Nietzsche, o como diría Bakunin: “La pasión por la destrucción es
también la pasión creativa”.
Así es, la continua creación es
expresión de libertad, y es enemiga de quienes prefieren cobijarse en la sombra
de la seguridad, lo petrificado, lo estatuido, lo institucionalizado, la
quietud, la pasividad, lo inerte, lo inactivo, lo desidioso, lo indolente, que
no son más que la penumbra y la tiniebla que sostienen al opresor. En este sentido, me refiero muy
particularmente a la máxima expresión de tiranía moderna, el Estado, ese “nuevo
ídolo” del que relata Nietzsche en uno de sus pasajes en “Así hablaba
Zaratustra”, esa “máquina formidable” que nos describe Ortega y Gasset en “La
rebelión de las masas”, o como lo expresa Bakunin: “Donde comienza el Estado
termina la libertad del individuo, y viceversa”.
Ahora bien, desde el punto de vista
de las universidades, cómo es posible hablar de la autonomía de una Universidad
que depende absolutamente de la potestad, tutela, auxilio, sostén y protección
del Estado, en la que el mismo individuo, sea discente o docente, carece de
autonomía, está supeditado y absorbido por el brazo adoctrinador de las iluminadas
autoridades académicas, sean estas, “amigas” o “enemigas” del Estado, o en todo
caso, de la minoría que se ha hecho o desea hacerse de la portentosa maquinaria
estatal.
Aunado a esto, me preocupa que
cuando hablamos de esta "autonomía universitaria", la vinculamos con la
idea unidimensional y desgastada de izquierda y derecha política, esa misma a
la que el Prof. Agustín Martínez hace referencia como dicotomía ideológica, que
no son más que meras posturas en pugna por el poder, que con más de doscientos
años de experiencias históricas que así lo evidencian, desde tiempos de la
revolución francesa, período en el que surgió esta idea unidimensional del
pensamiento político, hasta nuestros días, ya han debido ser superadas. Por si
fuera poco, los constitucionalistas leguleyos, fútiles creadores de leyes, favorecen
el principio de divinidad del Estado, como ente y fuente que concede y quita
patentes de libertad y autonomía, según sea conveniente.
Reitero que es necesaria una
revisión de la historia e historiografía, no sólo de la universidad, sino
también de la ciencia, el conocimiento, la educación, la pedagogía, la
didáctica, la enseñanza y la tecnología, considerando sus orígenes, etimologías,
y todo aquello que en esencia las definen, tomando en cuenta que hasta los
autoritarios también hablan de libertad: “Todo ser humano es libre si su libertad
no atenta a la de los demás", Napoleón Bonaparte. Crear y recrear;
destruir si es necesario, para propiciar las condiciones de creación, a través
de la apostasía, el aprender a desaprender y la transmutación de los valores,
teniendo siempre presente que: “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse
a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también
mira dentro de ti”, Nietzsche.
En la portada del texto “Política y
Educación. O de la Política en la Educación”, aparece la secuencia cronológica
de un niño que a los seis años recibe la
instrucción de “¡Hazlo así!”, a los ocho años se le dice “¡Se hace así!”, a los
diez “¡Siempre debes hacerlo así!”, y a los once “¡Elige tú!”. Ante esta
posibilidad de elegir, el niño en la siguiente secuencia se muestra confundido
y desconcertado.
Asumiendo,
que esta posibilidad de elegir en el niño tenga que ver con el desarrollo de su
pensamiento acrítico, su libertad y su autonomía, podría incluirse en esta
sucesión gráfica las instrucciones detalladas de las condiciones que tiene que
obedecer y reverenciar, según convenga, puesto que serás libre de acatar las
restricciones, que terminan limitando el alcance del pensamiento ante las
imposiciones de una autoridad académica, quien a fin de cuentas determina y decide
que es posible y lo que no. ¿Hasta que punto estamos dispuestos a contribuir
con el desarrollo del libre pensamiento?
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