María
Susana Paponi, considera a través de la “Indisciplina, saludable juicio” tomado
de su texto “Pensar el Presente. Travesía y ensayo sobre Filosofía y Cultura”,
que la protesta y el cuestionamiento del niño y del adolescente en rechazo de
lo establecido, son manifestaciones saludables de indisciplina, puesto que
permiten construir el camino “para aprender a escucharse a través de los otros”.
Ciertamente,
si la disciplina es la fuerza de obligación orientada a subyugar a los seres
colectivos a un orden externo que los constituye, no podríamos hacer otra cosa
que oponernos a tal orden externo, lo cual sería lo contrario a aquella, es
decir, indisciplina, y aplica no sólo al contexto del niño y el adolescente en
su confrontación al disciplinado, autoritario y tradicional sistema educativo,
sino también al adulto, que de la misma manera presupondría su propia causa de
indisciplina pero en otro entorno.
Los
adultos, sea como padres, o bien, como docentes, coinciden indirectamente en el
contexto del niño y el adolescente dentro del sistema educativo, pero sus
motivos y fines de indisciplina, si es que los tienen, no corresponden con el
de sus hijos, en el caso de los padres, o con el de sus estudiantes, en el caso
de los docentes. De esta manera, sin adultos indisciplinados, sin adultos dotados
de una rebeldía intelectual, el desarrollo de la indisciplina de los niños
queda reducida a un estar en contra de algo sin saber de qué, condenada a la
domesticación, al reflejo disciplinado y autoritario de la adultez, y que pasa
además por el “diagnóstico precoz” que hago acerca de la pérdida de valoración
al conocimiento, que además vinculo con la crisis de la ciencia que describe Heidegger.
Efectivamente,
en el peor de los casos, ausencia de indisciplina, y en el mejor de los casos, divergencia
de las causas y fines de la indisciplina, ante una sociedad repleta de leyes, reglas
y normas, que no inventamos y no estamos dispuestos a su aceptación, adaptación,
resignación y conformismo hacia lo instituido. Asumiendo que la indisciplina
pueda encontrarse en niños, adolescentes y adultos, la divergencia de las causas
y fines de indisciplina se hallan en los diferentes sectores de la sociedad,
principalmente condicionados y girando en torno a relaciones de autoridad, como
es el caso de las relaciones entre trabajadores-empleadores; las diferencias entre
trabajadores, lo mismo que entre niños y adolescentes, ocurren debido a la domesticación,
dominación y control alienante que ejerce la inserción de la idea del éxito, la
cual está vinculada directamente con la autoridad, como fuente dadora de privilegios,
beneficios y recompensas, que serán recibidos proporcionalmente según el grado
de adaptación demostrado y serán incrementados a través del ascenso progresivo
en la jerarquización del control. Por tal motivo, resultaría obvio, que la
justicia, la fraternidad, la solidaridad, la igualdad y la libertad, no es una
mera cuestión simplista que se exprese a través de un discurso teórico dentro
de los muros y las jaulas escolares, sino una vivencia y una experiencia cotidiana
del día a día.
Ante
la ausencia de disciplina en el adulto y las discrepancias de causas y fines de
la indisciplina del adulto, en caso de que existiere, María Susana Paponi,
sugiere ubicar la actitud del docente en otro lugar, dirigiendo la mirada y la
atención hacia el niño y el adolescente, lo cual levanta mis sospechas de una
intencionalidad domesticadora. Aunado a esto, si se habla de una
“democratización” real de la vida social, y vaya que esto si que es “una
definición preestablecida y de tan repetidas gastadas, curiosamente convertida
en principios”, también es difícil distinguir que la realidad social del
docente se encuentra sumida en una confrontación que deviene de las relaciones
de autoridad y que podrían categorizarse por áreas de conocimiento, perfiles
universitarios, titulación versus contrato, condiciones económicas y finalmente
la militarización y jerarquización de los docentes a través de ascensos.
La
indisciplina para que sea realmente indisciplina, y ratifico diciendo, para que
sea realmente adversa a la disciplina, ha de surgir de manera natural,
espontánea y voluntaria, sin agentes externos que la provoquen, de lo contrario,
la indisciplina se constituiría de rasgos disciplinados, es decir, disciplinar
la indisciplina, o dicho de otra manera, domesticar la indisciplina “para
aprender a escucharse a través de los otros”, lo cual resuena como a los
falaces, clásicos e interesados diálogos de negociación procedentes del Estado,
como orden establecido, para suprimir la disidencia. Es una aberración
pretender que es posible justificar la indisciplina desde el orden establecido,
lo mismo que ocurre al pretender que es posible justificar movimientos sociales
dirigidos por gobiernos; he aquí que la indisciplina es autónoma.
La
autora realiza un recorrido comparativo entre los estudios primarios y
secundarios de su madre, su propia formación primaria y secundaria, y la
escuela de sus hijos; el aspecto evidente y en común que resultó de esta
comparación, fue la personita a formar que aparece siempre “cuestionada y no
respetada pues el análisis es lo que la escuela no soporta”.
Si
la tradición es un conjunto de costumbres repetidas desde tiempo pasado,
entonces la tradición tiene una vinculación con la historia. Esta significación
de repetición histórica de la tradición, posee un rasgo conservador que
pretende preservar algo de manera fiel y acrítica. Sin embargo, el
conservadurismo de la tradición, para permanecer en el tiempo, requiere de
cambios aparentes de renovación y reinvención, que se adecúen convenientemente
a nuevas circunstancias, incluso, modificando el pasado si fuera necesario, tal
como dijera Jean Paul Sartre.
En este sentido, cuando me refiero a
la educación tradicional, disciplinada y autoritaria, me refiero a aquella
educación que se viene aplicando a través de la noción formativa del
conductismo, desde la antigüedad griega hasta la actualidad, y cuyas
principales características han sido: la memorización de conceptos; la
acumulación de conocimientos por repetición acrítica de contenidos; los muros
escolares para la estancia de niños, adolescentes y jóvenes; el profesor como
base del conocimiento, organiza, elabora, ordena, programa y traza el camino a
seguir de aquello que “debe” ser aprendido, imitado y obedecido; la disciplina
y el castigo como elementos fundamentales y suficientes para desarrollar las
virtudes humanas de los estudiantes; el método de enseñanza igual en todo
momento para todos los estudiantes; la evaluación como arrogante pretensión de
que el conocimiento es medible por personas que están dotadas de elevados
coeficiente intelectual y grado de inteligencia.
Esto
es precisamente lo que ocurre con lo observado por María Susana Paponi, al
comparar tres momentos diferentes de la educación y del sistema educativo. Convenientemente,
según las circunstancias propias de cada momento, han sido diversos los cambios
aparentes que se han introducido en la educación tradicional y disciplinaria,
para mantener renovada su imagen, aduciendo de manera falaz que ha sido
superada, como es el caso del auge de modelos educativos basados en el vigente
enfoque de competencias. Un enfoque de competencias, que perpetúa la educación
tradicional, que en sí misma es autoritaria puesto que se limita a desarrollar
las habilidades y capacidades del individuo en función del éxito, que no es más
que un elegante aliciente que deviene en el arquetipo de una armoniosa
adaptación del estudiante y el docente a las condiciones dominantes del entorno
social, que sólo es posible en un conveniente nivel de desarrollo de moral
heterónoma convencional, basada en la obediencia, la recompensa, el castigo y
la aceptación, que sujeta y condiciona a los estudiantes y docentes, a un poder
externo a ellos, a través de leyes y principios imperantes en ese entorno
social e impiden el desarrollo de sus voluntades. Esto es, la disciplina de la
indisciplina o indisciplina disciplinada.
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