Si
hay algo que tienen en común los diversos enfoques educativos y pedagógicos en
cuanto a la educación como una necesidad social del hombre, es la importancia
que le conceden a los roles y contextos familiar, escolar y comunitario, puesto
que constituyen el marco referencial indispensable para la integración de un
individuo a la sociedad.
Tal
vez la trascendencia que se les ha conferido a la familia, la escuela y la
comunidad, se deba a que precisamente las principales causas de la problemática
de la educación surgen por la displicencia existente en estos contextos, que
además conlleva a la desintegración de lo que debería ser un esfuerzo y un
compromiso en unión solidaria.
Pero
esta unión solidaria está deformada por el panoptismo, el control, la
dominación y la disciplina, rasgos que tienen en común tanto la familia, la
escuela y la comunidad. De tal manera que la escuela no es más que la
continuación del panoptismo familiar, en la que los padres ven en la escuela la
oportunidad de deshacerse de sus hijos y ocultan esta intención en la “sagrada
educación”.
Puesto
que el desarrollo intelectual, las relaciones sociales y el nivel educativo,
son factores que influyen en el desarrollo de la moral, resulta imposible
hablar de educación y no vincularla con el desarrollo moral. En tal sentido, el
Psicólogo estadounidense Lawrence Kohlberg, en sus estudios acerca del
desarrollo moral, determinó seis etapas que corresponden a tres niveles
distintos de moralidad, en las que normalmente los niños se encuentran en el
primer nivel, preconvencionalismo y heteronomía moral, basada en el absolutismo
y orientación a la obediencia; mientras que sólo el 25 % de los adultos
alcanzan la quinta etapa, basada en la orientación legalista, que corresponde
al tercer nivel (postconvencional); sólo el 5% llega a la sexta etapa de
autonomía moral y orientación al principio ético.
No
es casual que la mayoría de adolescentes y adultos se encuentren en el segundo
nivel correspondiente al nivel de moralidad convencional y conformista. Las
necesidades educativas durante el ciclo vital humano, transcurre hasta la etapa
de la adolescencia, en la formación, que no es otra cosa que el proceso de
construcción de cada tuerca, mecanismo, resorte, arandela y tornillo, ajustado
a un molde que se lleva a cabo dentro de los muros de las fabricas escolares y
cuyo producto final es un autómata.
Llegado
este momento, el ciclo vital del autómata ya se encuentra en su etapa de
adultez temprana, se supone ya preparado
para asumir el desafío laboral, la consecución del éxito, la demostración de su
talento, habilidades y destrezas, que ante un régimen de competencia, sumada a
una conveniente adaptación, los
resultados en términos de salarios, beneficios y ascensos, serán mayores,
mejores e inmediatos. En esta implacable lucha por la consecución del éxito,
impulsada por el miedo, el rechazo, la exclusión y el descarte por defecto, al
no cumplir con las especificaciones de conducta demandadas, se desarrolla la
conveniencia particular e inmediata como único precepto moral.
Vivimos en la sociedad del control,
la disciplina y del autoritarismo, con una educación que es fiel reflejo de
dicha sociedad; ajustada a las necesidades de control de la clase dominante a
través de la autoridad; centrada en el desarrollo mercantilista de habilidades
y competencias de un futuro complaciente y conformista trabajador en busca de
mejoras de trabajo, mejoras de salario, las cuales vincula con la idea de
éxito; un éxito que será mayor en la misma medida que demuestre mayor
adaptación a las condiciones que se le impone, bien sea explotación del hombre
por el hombre o explotación de la naturaleza por el hombre, será mejor
recompensado y retribuido con mejores posiciones dentro de la escala de
jerarquización del control y la disciplina.
En cuanto a los docentes, ya he
comentado en otra ocasión que pareciera difícil distinguir que su realidad social se encuentra sumida en una
confrontación que deviene de las relaciones de autoridad y que podrían
categorizarse por áreas de conocimiento, perfiles universitarios, titulación
versus contrato, condiciones económicas y finalmente la militarización y
jerarquización de los docentes a través de ascensos.
A esta situación se suman, el desinterés del profesor por dominar el área de
conocimiento que enseña, para ponerlo en práctica por medio de la didáctica.
Pues
bien, en cuanto a la familia, los padres andan huidos del hogar, para unos, por
necesidad ante la realidad de un salario mínimo que resulta insuficiente debido
a la inflación y otros factores económicos que esto acarrea; para otros, por la
codicia, el afán por el enriquecimiento; o la simple ligereza e
irresponsabilidad de deshacerse de los hijos, viendo sus propios muros de
trabajo como entretenimiento y distracción, y los muros escolares de sus hijos
como una guardería o depósitos temporales de niños, esperando que los docentes
hagan lo que los padres son incapaces de hacer.
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