Zaratustra se marchó a la montaña; esperando gozar de su soledad se encontró con Caín, Prometeo y Sísifo; obviamente,no salió nada "bueno" para los "buenos": Bajó de la montaña
el Zaratustra anarquista y rebelde.

miércoles, 20 de abril de 2011

El santo principio de la mafiosa autoridad

En reiteradas ocasiones, con frecuencia, cada vez que me es posible, como parte de mi respiración, de cada inhalación y exhalación, como parte de mi misma y propia vitalidad, manifiesto mi repudio a la autoridad por cuanto tengo la convicción de que es la causa que engendra y perpetúa los males de la especie humana arrastrando consigo de manera irresponsable a otras especies; por tal motivo, insto consecuentemente a su abolición, a desechar lo  inútil, desechar a lo parásito.
            Por razones obvias, este esfuerzo es definitivamente diminuto comparado al increíble grado de arraigo que tiene la idea de autoridad en las mentes humanas. Ante esta obviedad, basada en la impuesta y aparente necesidad de la existencia de una autoridad para sostener su tan deseado orden, que no es otro orden más que el de la misma mafia, las razones para dar tal fe a la autoridad no puede ser otra que la ambición de convertirse en una de ellas, quizá no la máxima pero si al menos una con cuota mínima, pero autoridad al fin, que pueda tener la sensación de poseer la facultad, atribución, “derecho”, dirección, control y dominio sobre los destinos de la vida de otros.
            Este deseo por ser autoridad cobra más fuerza en su empeño poco sensato de negar toda posibilidad de racionalidad en el hombre, de este modo justifican sus pretensiones; no sólo niegan la posibilidad de racionalidad en el hombre, sino que se aseguran de desaparecer, extinguir y anular dichas posibilidades. He aquí que la autoridad es autoritaria en sí misma, cuyo único fin es anular la auténtica autonomía; he aquí el autoritario, todo aquel que actúa basado en el santo principio de autoridad, encuentran sus más fieles expresiones en aquellos que un día fueron los más fieles obedientes, o bien, en aquellos que no siendo fieles obedientes sencillamente aspiran ser autoridad.
            Los ámbitos de acción de la autoridad son diversos y sus actores toman diferentes nombres según el susodicho ámbito de acción, así vemos, al político en el estado, al pastor en la religión, al rector en la educación, al juez en el derecho, y de esta manera sucesiva, si pudieran controlar tu respiración para asegurarse de tu sumisión, plena obediencia y de que cumplas con el molde requerido lo harían. Por supuesto, pueden existir variaciones en los nombres que reciben estos actores, sea por grado o por ser miembro de alguna tendencia diferente, pero su esencia es la misma, la dominación, el control basado en el principio santo de la mafiosa autoridad.
            He elegido adjetivar el principio de autoridad como santo puesto que de todos sus ámbitos de acción, el de mayor poder de sugestión, manipulación, explotación y dominación es el de dios, con o sin sus religiones, impacto sólo comparable con la idea del estado, pero que aún no lo supera a pesar de los escasos logros del ateísmo como fin del libre pensamiento. Adjetivado como mafioso, puesto que opera en el secreto oculto y oscuras intenciones de los entretelones, basándose en la mentira y el engaño.
            Pero, para que el santísimo principio de la mafiosa autoridad sea sostenible, requiere una estructura estratégica, táctica y operativa que le soporte, que brinde aparentes garantías a unos pendejos –nada se hace sin el pendejo, nada se hace por el pendejo-  y garantías reales de autoconservación del orden, el orden “legítimamente” constituido. Efectivamente, resulta inevitable la mención de garantías, legitimidad y orden constituido, que son descriptores esenciales del derecho coercitivo y la teoría contractual del estado, pero esta sería apenas la estructura estratégica, que se basa en el consentimiento coercitivo de un contrato impuesto que se ha de aceptar tácita e implícitamente de manera arbitraria. De esta estructura estratégica se derivarían las estructuras tácticas que se presentan a través del republicanismo, constitucionalismo, democracia y parlamentarismo, hasta finalmente llegar a sus estructuras operativas llámese estado, monarquía absolutista, monarquía constitucional, nación, patria, iglesia, universidad y pare usted de contar. A grosso modo, estos conceptos ya existían antes del advenimiento de las “revoluciones” liberales, sólo que sobre la misma base del orden existente se insertaron algunas reformas elegantes, algunos cambios refrescantes, sutiles y modernos para mejorar la eficacia articulada de la maquinaria de dominación, que es exactamente lo que han hecho los socialistas, perpetuar la maquinaria de la opresión liberal, anteriormente monárquica; a esto se le llama revolución, cambio de protagonistas opresores, y forma parte de las ilusiones mitológicas del hombre.
            Ciertamente, la evidencia histórica denota en el hombre una marcada creencia en revoluciones, pues habla de ellas sin haber visto alguna, y ya me parece estar hablando de dios. Particularmente manifiesto mi escepticismo al respecto. Si existe una revolución, si es posible una autentica revolución, sería aquella que lleva a cabo cada individuo para transformarse a sí mismo; pretender una transformación social siendo incapaz de transformarse a sí mismo, devendría en tiranía y autoritarismo. Pero la aberración llega a su máxima expresión cuando hablamos de “gobierno revolucionario”. Si un gobierno es revolucionario, cualquier cosa es revolucionario; como diría Jean Varlet: “Pero que monstruosidad social, qué obra del arte del maquiavelismo es ésta del gobierno revolucionario, gobierno y revolución son, para cualquier ser racional, dos cosas incompatibles, a menos que el pueblo pretenda mantener a sus representantes en un estado permanente de revuelta contra sí mismo, lo cual es absurdo”.
Etimológicamente, “autoridad” es una palabra de origen latín, cuyas acepciones más clásicas son: crédito, prestigio, estimación, jurisdicción, poder, garantía y reputación. Sin embargo, le corresponde a la filosofía depurar la suposición semántica de la que es susceptible este término; específicamente, la problemática filosófica de la “autoridad” debe extenderse a la justificación de la misma, a su origen, y a las relaciones con la fe, la libertad, la razón o el poder.
El ser humano es la especie que más gusta de hablar de la naturaleza de las cosas. Me pregunto: ¿Cómo puede pretender hablar de naturaleza, una arbitraria y maldita especie que sabe poco de naturaleza y sabe mucho de artificios de explotación, dominación y consumismo? Esta especie superdotada -que tienen mucho de racional y natural,  hábilmente encuentra recursos para justificar sus horrores (Dios y Estado, para mencionar los más destacados)-  considera que la autoridad y la instancia superior, son parte del orden natural de las cosas y específicamente de la naturaleza humana. Tal es su misión de fundamentar la necesidad de su existencia, perpetuando la desigualdad; tal es su misión de crear grados subalternos que son los que determinan la autoridad en unos, y la sumisión, obediencia o dependencia en otros; tal es su misión de transmitir la misma sensación y deseo gradual de alcanzar la máxima expresión de autoridad, si se cumple cabalmente con estos grados, pues son estas sensaciones y estos deseos graduales los que de manera jerarquizada garantizará la dominación y el control, la obediencia y la sumisión.
Así pues, el santísimo principio de mafiosa autoridad, entre otras tantas cosas, es entendido como principio de superioridad reconocido por otras personas a las que impone, aconseja, determina u obliga a una obediencia, a un respeto, a una creencia o a la aceptación de unos enunciados, órdenes, criterios u opiniones.
El alcance de este santísimo principio no tiene límites, de hecho se extiende a los pueblos originarios, si es que aún existen. Los pueblos originarios ya no son tan originarios como creemos; son pueblos que son cristianizados, forzados a matricular en escuelas, que son víctimas de la hostil civilización, de la explotación del trabajo y el salario, que desfilan ante un rey, y quienes dicen representarle se han vendido al patrón. Devastan la autonomía pero la semilla queda.
El ámbito de la moral tampoco escapa de su radio de acción. La moralidad se basa en el engaño y la mentira de este sacrosanto principio; propicia una vida que gusta de una apariencia que sepulta al ser, una vida que gusta de la farsa de un espectáculo cuyos entretelones del escenario y caretas de los personajes sólo son posibles desmontarse por medio del rechazo, la renuncia la autoexclusión y la auto degradación progresiva de los valores que hacen falsamente “buenos” a los buenos. Una moral basada en los convencionalismos de una sociedad que oculta su suciedad debajo de una alfombra, una sociedad en la que reina la moral de rebaño, que busca continuamente quien los dirija, y que desafortunadamente no puede esperar ni merecer otra cosa más que el más grande de todos los tiranos, déspotas, arbitrarios y autoritarios. Una moral que normalmente recurre al conductismo basado en el ejemplo para moldear conductas serviles y autómatas.
¿Quieres saber de mafia organizada? He aquí la sacrosanta autoridad y sus instituciones; el hombre pasa, la mafia queda. Por lo tanto, veremos en dios, estado, nación, propiedad, patria y capital, los ídolos instituidos e intangibles de la metafísica, donde se esconden anónimamente los irresponsables, arbitrarios y egoístas; meros desechos del intelecto humano ¿Has conocido el hambre, la miseria, la injusticia y la esclavitud? He aquí lo tangible, y los ídolos son ajenos y desinteresados a ellos.
Precisamente, debido a ello, no pueden recibir otro trato. Seamos rígidos en la erradicación de toda forma del principio de autoridad y permitamos la armonía subyacente del caos en la implementación sublime del principio de auto organización. Destruyamos la santa obediencia, que por santa, niega y rechaza todos los vicios cuando en realidad está llena de todos ellos; que por obediencia, suprime la voluntad de uno para imponer la de otro. Al más auténtico estilo Bakuninista, mientras exista una instancia superior habrán gobernantes y gobernados, y no seremos iguales; mientras exista una instancia superior otros decidirán y nos impondrán su voluntad, y no seremos libres.
Pero no todos los autoritarios son descarados, existen algunos especímenes que son sensatos, nobles, honestos, y cuyo autoritarismo paradójicamente les ha sido impuesto, tal es el caso de Simón Bolívar. En efecto, el susodicho y flamante personaje en su discurso pronunciado ante el congreso de Angostura el 15 de Febrero de 1819, justo el día de su instalación, afirmaba lo siguiente:
Al transmitir a los representantes del pueblo el Poder Supremo que se me había confiado, colmo los votos de mi corazón, los de mis conciudadanos y los de nuestras futuras generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría, rectitud y prudencia. Cuando cumplo con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me agobia, como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa, unida a la voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al terrible y peligroso cargo de Dictador Jefe Supremo de la República. ¡Pero ya respiro devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un cuerpo social!”

            ¡Pueblo autoritario y déspota! Si el gobernar representa una inquietud y sacrificio en la miserable vida de estos pobres seres gobernantes, seamos solidarios y liberémosle de la inquietud que agobia y atormenta a su desgraciada alma.
            El error que aún cometemos y no terminamos de superar y corregir, es el de creer que, la transferencia de poder, es decir, el hecho de tener poder o simplemente delegar en otros nuestros problemas, es la solución de ellos, y no es más que mera opresión de unos sobre otros, que nos distancia y nos aleja.
            Destruyamos la autoridad y sus poderes, asegurémonos que no resurja ni en unos ni en otros. Superemos el mito parlamentario, nadie te representa mejor que tu mismo; superemos el mito republicano, son el robo de la autonomía y consiguiente repartición de parcelas de poder por una minoría; superemos el mito constitucional, una sociedad no es libre, justa e igualitaria sólo porque se escriba en un trozo de papel; superemos el mito democrático y el mito revolucionario, sólo resultan en un cambio de amo.
            No se trata de dotar de capacidad política a la clase obrera, se trata de abolir a la clase política; no se trata de aliviar con capital los estragos del capital, se trata de abolir el capital; no se trata de dar consuelo con la promesa de una mejor vida después de la muerte, se trata de acabar con las falsas promesas de unos y la mansedumbre de otros, por una acción directa en aras de un mundo justo lleno de libertad e igualdad.
            Muerte al Estado, muerte a Dios, muerte al capital, muerte a la autoridad. Abolición del estado y sus palacios, de dios y sus templos, del capital y sus bancas, de rectores y sus universidades, de militares y sus cuarteles,  son viles elementos aliados que cuidadosamente han sido articulados para conformar las redes que nos dominan y mantienen alienadas nuestras vidas. Sin percatarse, tal es la vehemencia de sus deseos, sus más oscuras intenciones inevitablemente reflejan su temor; saben que su aparente valor prevalecerá basándose en la siembra de un miedo mayor al que ellos padecen. Tal es el caso de los más privilegiados rojos y socialistas burgueses, que al hablarles de abolición del capital o simplemente del hecho de que no necesitamos ser gobernados, ni por ellos, ni por nadie, mostrarán su patético rostro de pánico, angustia, desesperación y desamparo. Rebelión silenciosa, que crean que no existimos, que estén seguros de que no existimos, boicot e indiferencia.
            La dominación política que ejerce la corporación estatal no es posible sin apalancamiento económico; la dominación económica que ejerce la corporación transnacional no es posible sin apalancamiento político; por supuesto, ante todo gracias a la voluntad de nuestro señor dios. Si bien intervienen otros elementos, estos son los tres pilares fundamentales sobre los cuales se sostienen nuestra avanzada, desarrollada y civilizada sociedad. Desafortunadamente, “Revolución” y “transformación” o son palabras empleadas erróneamente o simplemente no es la vía para nuestra lucha en contra de la explotación, pero lo cierto es que necesitamos con urgencia tomar una decisión global con fuerza de acción  local.
            Mi grado de abominable maldad sólo se compara con el grado de santa bondad de los buenos. Me he convertido en un criminal de la mitología humana, al desear la muerte de todas sus fantasiosas, abstractas, irresponsables, anónimas y metafísicas deidades, llámese dios, estado, capital, patrón y toda forma de manifestación de opresión, dominación, explotación y autoridad.
            Veremos compañeros, y esto lo saben ustedes tanto como yo, que una sociedad libre e igualitaria no es posible con el auspicio de una clase en principio frecuentemente oprimida y luego normalmente opresora, sino con la supresión del patrón y su patrocinio que propicia la diferenciación de clases. Es necesaria la abolición del principio de autoridad y sustituirlo por los de autonomía, autoorganización y solidaridad.
            Veremos nosotros compañeros, lo que es un genuino ejemplo de solidaridad, cuando cada uno, sin apelar a ningún poder o mandato más que el propio de cada uno, no conferido a nadie más que a cada uno, ha decidido cada uno brindar apoyo. Eso compañeros es genuina solidaridad, la solidaridad en una causa, la causa de una lucha, la lucha que nos hace libres e iguales.
            Soy apolítico. La lucha contra la clase política y la estructura estatal –que empeñan en mantener hasta el más “revolucionario” reformista de los socialistas burgueses, para ejercer la dominación- no me hace político. Simplemente no puedo ser pasivo ante este ejemplar de parásitos que viven a expensas de nuestras necesidades. Que el temor los embargue y huyan despavoridos todo aquel que pretenda representarnos.
            La autoridad es un vicio y un desperdicio, desechémosla; sólo un esclavo puede distinguir a un gobierno como bueno o malo, el hombre libre lo rechaza y se le opone.

sábado, 26 de marzo de 2011

La propiedad es un robo. El lujo es un crimen

¿Qué es la esclavitud? La esclavitud es el asesinato ¿Qué es la propiedad? La propiedad es el robo. De este modo- con esta simple y análoga transformación, de la que Joseph Pierre Proudhon tenía la certeza de no ser comprendido - se inicia el desarrollo de la obra "¿Qué es la propiedad?" del mencionado filósofo político y pensador anarquista francés. Cada vez que hablo de propiedad me resulta inevitable hacer mención de esta célebre obra; basado en ella, y sobre la base de aquella frase: “La propiedad es un robo”, intentaré de manera breve desarrollar este artículo. Quieran o no quieran los dignatarios propietarios, lo admitan o no en nombre de la esclavitud del progreso y la civilización, la propiedad es un robo. 

La propiedad es un robo, puesto que el propietario se adjudica riquezas que resultan de la explotación del hombre por el hombre, de la mafia de los privilegios de una minoría, de la malversación de privilegios de una autoridad y de quienes le rodean y se benefician de esta mafia; la propiedad es un robo, puesto que resulta de la explotación de la naturaleza por el hombre, que repercute en la destrucción ecológica del habitat de otras especies. La propiedad es un robo, puesto que el propietario se adjudica riquezas que por naturaleza deben seguir siendo de todos, por lo tanto la propiedad no puede considerarse como un derecho natural; la propiedad es un robo, puesto que de ella deviene el acaparamiento de los medios de producción. Para asegurar las riquezas obtenidas mediante el robo, por medio del derecho coercitivo sanciona instrumentos legales a favor y en beneficio de sus propios intereses, que es la esencia auténtica del espíritu de las leyes. Nos han impuesto la idea de que no somos racionalmente capaces de vivir en un estado natural, y que por ello es necesario implantar una sociedad con derechos artificiales, creados con el único fin de ejercer la dominación e imponer el imperio de las leyes, el imperio de Dios, el imperio del capital y el imperio del Estado, que en nada han favorecido a la solución de los problemas fundamentales del hombre.
Considero que ha de tenerse un gran énfasis en este tema, porque esta especie superdotada de autómatas humanos no pueden ver más allá del mundo al que una minoría por conveniencia los han encaminado; necesitan que unos más o menos que otros tengan mayor o menor sensación de “progreso” para poder sostener la cadena alimenticia devastadora en la que nos encontramos inmersos.   En este sentido, la palabra que denota al sujeto “propietario” no puede ser otra cosa más que un sinónimo de la palabra que denota al sujeto “ladrón”; “ladrón” denota al sujeto en el contexto del hecho, mientras que “propietario” denota al sujeto en el contexto del derecho. Por lo tanto, propietario y ladrón no son expresiones contrarias ni contradictorias, sino la abstracción de un mismo sujeto actuando en dos contextos diferentes y concretos. Expresando lo anteriormente dicho en una frase más breve, concreta y condensada, al mejor estilo proudhoniano... el ladrón roba en hecho, lo que antes ha sido robado en derecho por el propietario.
Efectivamente, propietario no es más que un ladrón en derecho. Que se habrán creído estos farsantes moralistas de la mafia, generalmente burgueses socialistas o socialistas burgueses, que si algo tienen en común, es su interés por la causa social para explotarla, consumirla y vivir de ellas cual viles parásitos y chupasangres; hasta el robo se lo han tomado para sí.   Como ya he dicho, roban en derecho y privilegio cuando el robo legítimo resulta del hecho y la necesidad. Mundo deformado este, en el que hasta el crimen es burgués. 
De tal modo, cualquiera que sea la palabra que se utilice para adjetivar a la propiedad, realmente es de poca importancia, siempre será en sí misma un robo formalmente legalizado por medio del derecho coercitivo; llámese propiedad social o privada, colectiva o individual, estatal o ciudadana, siempre será esencialmente un robo. En lo que respecta particularmente a la propiedad social, será igualmente considerada un robo en el que sólo la minoría dirigente y populista del Estado obtiene beneficios de dicha propiedad.  “… ni el trabajo, ni la ocupación, ni la ley, pueden engendrar propiedad”. Joseph Pierre Proudhon.
Cuando a centenares de miles de seres humanos les falta pan, carbón, ropa y casa, el lujo constituye un crimen” Piotr Kropotkin.
“Somos anarquistas por un sentimiento que es la fuerza motriz de todos los verdaderos reformadores sociales y sin el cual nuestro anarquismo seria una mentira o un sin sentido. Este sentimiento es el amor por los hombres, es el hecho de sufrir por los sufrimientos ajenos. Si como, no puedo comer a gusto al pensar que algunos mueren de hambre; si compro un juguete para mi hijo y me alegro de su felicidad, mi alegría se amarga al ver ante el escaparate niños con los ojos anhelantes que podrían ser felices con un títere de dos reales y no pueden tenerlo; si me divierto, mi espíritu se entristece al recordar que en prisión gimen muchos seres humanos; si estudio o realizo algún trabajo que me gusta, siento algo así como un remordimiento al pensar que tantos hombres con mayor ingenio que yo están obligados a desperdiciar su vida en una ocupación alienante, muchas veces inútil o perjudicial. Puro egoísmo, como ven, pero un egoísmo al que otros llaman altruismo, y sin el cual, como quiera que se le llame, es imposible ser realmente anarquistas.” Errico Malatesta

domingo, 6 de febrero de 2011

Aristóteles es un animal político

Aristóteles dijo: “El hombre es un animal político”, y la masa superflua lleva veintiséis siglos repitiéndolo una y otra vez. Aún no puedo creer como una especie tan superdotada como la humana aún no haya podido superar esta idea. El señor Karl Marx afirmaba: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos, de lo que se trata es de transformarlo”, cuando precisamente han sido dichas interpretaciones las que han creado o transformado la realidad del mundo, incluida la suya propia. En tal sentido, el destino de la especie humana siempre ha sido dirigido por una minoría de “sabios”, “genios” y “excelentes”, que no son tal cosa, pero que se sienten elevados ante una masa “devaluada”; devaluada porque sencillamente todos sus valores -tangibles o intangibles, si es que los tienen- su vida, su existencia, su dignidad, son medidos en papel o metal moneda. Ante tal situación, ciertamente es necesario que éstos excelentes denominados filósofos sean responsables de lo que dicen y sus consecuencias, pero más necesario aún es que el hombre masa que asciende a los “superdotados” deje de ser masa, deje de desempeñar un rol oculto, irresponsable, anónimo y sin identidad, que no hace ni piensa por sí mismo y que tiene sólidamente arraigada la moral de rebaño.
            Por consiguiente, entre otras cosas, la lucha ha de centrarse en destruir ideas inútiles y obsoletas que se han perpetuado en el tiempo, petrificadas como dogmas y convertidas en doctrinas por la masa superflua. Aprender a desaprender, educación y apostasía son los medios necesarios para lograr tal fin. Su efectividad sería tangible no sólo con la destrucción del dogma propiamente dicho, sino con la transformación de una masa superflua en una colectividad útil, autoorganizada y autónoma.
            Es evidente el interés de sentenciar como un principio general, aquella proposición que afirma que el hombre es un animal político, quizá no tanto un interés del autor como de la masa, viceversa o por igual, pero en todo caso, interés al fin. No conforme con ello, afirma que la ciudad-estado es una cosa natural, y aunque esta idea ha permanecido inmutable en el tiempo, su prejuiciosa y arbitraria tradición histórica no puede ni debe considerarse como un argumento de razón suficiente. Qué se habrán creído estos señores para afirmar categóricamente que el hombre es tal o cual cosa.
            Esta supremamente, prepotente e impositiva especie humana –sentenciada como “racional” por algunos, carente de vergüenza y cargada de una irresponsabilidad sin límites- sólo cuando desea justificar su irracionalidad apela al argumento de la naturaleza, comparándose con otras especies animales si es necesario. Una especie humana que subestima los códigos de comunicación de otras especies, de los cuales además son incapaces de comprender, sólo porque son fervientes creyentes de su infalible lenguaje.
            La susodicha frase del susodicho autor, cumple además con la forma de una proposición categórica, pues contiene los dos términos correspondientes a sujeto y predicado, lo que permite que sea susceptible de aplicación de un silogismo categórico aristotélico, en el que se establecen tres proposiciones categóricas (dos premisas y una conclusión) y donde las dos premisas comparten un término medio que no está presente en la conclusión.
            En tal sentido, tenemos:
1.      El hombre es un animal político (premisa mayor).
2.      Aristóteles es hombre (premisa menor).
3.      Por lo tanto, Aristóteles es un animal político (conclusión).
Pero qué es esto que el superlenguaje humano ha llamado política. Esta palabra proviene del latín “políticus” y del griego “politikos” que significa “de los ciudadanos” o “del Estado”, “relativo al ordenamiento de la ciudad”. En este sentido, el término política está directamente relacionado con las ideas de “ciudad” (polis), con la idea de “ciudadanos” como miembros de la polis, así como también con la idea de Estado como forma de ordenamiento de la polis; conceptos todos, estudiados por Aristóteles.
Este estudioso rinde tal pleitesía a la política, que subordina a la ética a aquella en la misma medida en que subordina la voluntad individual a la voluntad de toda una comunidad, lo cual resultaría aceptable en tiempos de la antigüedad, pero increíble e inaceptable que en la actualidad aún se actúe y se piense con la fervorosa creencia de que la voz del pueblo es la voz de Dios, experiencia manifiesta ésta, de una de las tantas formas de opresión. No por casualidad, Bakunin afirmaría respecto al Estado –forma de ordenamiento de la polis- que “el Estado es un inmenso cementerio al que van a enterrarse todas las manifestaciones de la vida individual”.
Pero eso no es todo. Este genio de la filosofía antigua –tiene que serlo, pues de otro modo sus ideas no habrían superado en el tiempo el tan evolucionado pensamiento de la especie humana- concibe al Estado como un ser con vida propia, tan natural como el hombre mismo. ¿El hombre un ser natural? Rodeado de tantos artificios lo dudo; y como ya dije, recurre sólo por conveniencia a su “naturaleza”. Si es cierto esto de que el Estado es un “ser natural”, sólo lo imagino como un monstruo frío, y en esto coincido con Nietzsche: “El Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: yo el Estado, soy el pueblo.
Aristóteles considera además, que el Estado es naturalmente anterior al individuo y la familia; ahora comprendo como es que la especie humana, como le ocurre con la idea de Dios, no concibe un mundo sin Estado; una y otra -Dios y Estado- ambas ideas están lo suficientemente arraigadas en las mentes humanas, que imaginar un mundo sin ellas los conduce a la angustia y la desesperación. Educación, aprender a desaprender y una práctica apostata –como mencioné con anterioridad- serían en principio los instrumentos necesarios para destronar a estos viejos dogmas que han vencido la barrera del tiempo.
La dominación estatal, como la divina procedente de Dios, se centra en la manipulación de las necesidades humanas, cada vez más alejadas de lo realmente necesario, más ficticias y artificiales; crean toda una maquinaria articulada dotada de mecanismos tales como leyes, capital, trabajo, nación, patria, castigo, prisión, educación basada en condicionamiento operante, entre otros tantos, que corresponden a esas necesidades ficticias. Mientras más necesidades poseas, más susceptible de dominación serás, para causar un efecto tal que definitivamente estarás convencido de que la familia o la comunidad no puede procurarse a sí misma de todo lo “necesario”, ficticio o no, para “vivir bien”; he allí la satisfacción de la mayor de las necesidades ficticias después de Dios… El omnipotente y omnipresente Estado.
El problema en Aristóteles, entre otros tantos, me parece que es su enardecida creencia no sólo en el método deductivo -no menos determinista, reduccionista, limitado, básico, elemental y unidimensional que el materialismo dialectico marxista- sino también, en la supuesta infalibilidad de los códigos de lenguaje del hombre. Efectivamente, me resulta carente de argumento y arbitrario considerar al Estado anterior al individuo sólo porque desde una perspectiva deductiva el todo es anterior a las partes que lo componen. Concibe al Estado como un gran organismo autosuficiente y autónomo, pero resulta que éstas las obtuvo del robo de la autosuficiencia y autonomía de cada individuo, que ha optado pasivamente por transferirle, delegarle, cederle, entregarle y regalarle su poder único. Sencillamente somos lo que otros (el monstruo frío del Estado) ha querido que seamos.
La política es aquello que se refiere al Estado como forma de ordenamiento de una polis, pero el Estado no es la única forma posible organización de una sociedad, mejor aún, sin Estado no hay política, y sin política surge la más auténtica forma natural del orden basado en la autoorganización, en donde reinan los principios del amor, la solidaridad, la justicia, la igualdad y la libertad. Por ello sugiero en reiteradas ocasiones que no se trata de dotar de capacidad política a los obreros, sino de abolir la clase política que constituye al Estado o ambiciona constituirlo a costa de la manipulación de la clase trabajadora; cuando estatizamos o politizamos el movimiento obrero, surge un representante que abandona la causa para rodearse, sino de todos, de algunos privilegios de los que goza el amo.
Aristóteles con su método arbitrario de lógica deductiva afirma categóricamente que el hombre es un animal político y es tan errado como el hecho de que yo sentencie categóricamente que el hombre es un animal solidario, lo cual basado en la experiencia puede demostrarse que no es así. La naturaleza humana es compleja, diversa y por consiguiente no admite universales, de allí que, aunque la premisa mayor sea falsa sea posible concluir que Aristóteles es un animal político.      

martes, 11 de enero de 2011

La investigación científica desde una perspectiva anarquista

La ciencia es una empresa esencialmente anarquista; el anarquismo teórico es más humanista y más adecuado para estimular el progreso que sus alternativas basadas en la ley y en el orden.”

            De esta manera, Paul Feyerabend inicia su obra “Contra el método. Esquema anarquista de la teoría del conocimiento”, y no podía ser de otro modo el inicio de este artículo, puesto que trata precisamente acerca de la investigación científica vista desde una perspectiva anarquista. Por supuesto, el anarquismo no es una filosofía atractiva en ninguno de sus ámbitos posibles de aplicación, llámese ética, política o ciencia; esto se debe principalmente al desconocimiento, incomprensión o erróneo concepto que se tiene al respecto.
Sin embargo, el enfoque anarquista de la epistemología (filosofía de la ciencia) es más favorable, puesto que sus principales argumentaciones han sido tangibles y palpables a través de la historia, y pueden encontrarse recopilados y plasmados de manera majestuosa, no sólo por Feyerabend, sino también por Thomas Kuhn en su obra “La estructura de las revoluciones científicas”. Así pues, hemos visto a lo largo de la historia de la humanidad –y de la ciencia como actividad humana- a Copérnico, Newton, Darwin, Einstein, entre otros, debatiendo contra los métodos tradicionales, impuestos y avalados, por la comunidad científica imperante en cada hito histórico.
Al más auténtico estilo Proudhoniano -cuando Proudhon desarrolló su obra ¿Qué es la propiedad? En la que estableció una analogía con la formulación de otra pregunta: ¿Qué es la esclavitud? Respondiendo a la primera: la propiedad es un robo, y a la segunda: la esclavitud es el asesinato- planteo la siguiente interrogante: ¿Qué es la investigación? Según wikipedia: “Es un proceso sistemático, organizado y objetivo con el fin de buscar intencionadamente conocimientos o soluciones a problemas de carácter científico.” Esta definición de investigación que propone wikipedia, no dista mucho de aquélla que podrían ofrecer los "sabios" y rigurosos científicos; al fin y al cabo contiene las repetidas y tradicionales palabras claves: “Proceso”, “sistemático”, “organizado” y “objetivo”. Por otro lado, según Wernher Von Braun: “Investigación es lo que estoy haciendo cuando no sé lo que estoy haciendo”;  He aquí la resolución condensada proudhoniana: ¿Qué es la investigación? La investigación es conocer; el conocimiento es libre, espontáneo y voluntario; el único método aplicable es no tener métodos, o mejor aún, no seguir métodos que mutilan al espíritu libre y creador del investigador. En definitiva,  esto que se ha dado por llamar proceso, no requiere de una definición rigurosa para describir y reflejar la profundidad y complejidad del conocimiento resultante a la investigación.
"Un científico no es un sumiso trabajador que obedece piadosamente a leyes básicas vigiladas por sumos sacerdotes estelares (lógicos y/o filósofos de la ciencia), sino que es un oportunista que plegando los resultados del pasado y los más sacros principios del presente a uno u otro objetivo.” Paul Feyerabend.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Anarquismo y justicia social en la pugna del espectro político

He visto como compañeros anarquistas -no sólo de este punto geográfico, sino más allá de él, en otras latitudes y longitudes- se han mostrado complacientes con el proceso “revolucionario socialista” que acá se vive, dejando a un lado una de las ideas centrales y núcleo teórico del anarquismo como es la crítica al Estado; al respecto, Bakunin expresó con contundencia en su obra “Dios y el Estado”: “ Explotar y gobernar significan la misma cosa: la una completa a la otra y le sirve de medio y de fin.”
            Esta contradicción parece muy normal, considerando que el reconocido lingüista Noam Chomsky, habiéndose definido como anarquista, ofrece patrocinio intelectual a otros Estados, en retribución quizá de la publicidad que recibieron sus libros, o más bien, buscar a sus 81 años, el protagonismo político del que algunos intelectuales en diferentes momentos históricos han sacado provecho. Queda en evidencia que la libertad no es sólo un mero conocimiento, más importante aún, es un profundo sentimiento.
            Con todo respeto hago saber esta inquietud, pues la discusión en lugar de centrarse en cómo unir esfuerzos para alcanzar un modelo de sociedad autogestionada, libre de las imposiciones estatales y de transnacionales, se ha centrado en determinar si es posible o no un anarquismo complaciente con la estructura de poder del Estado. No podemos caer en la tentación facilista de trabajar sobre la base de lo ya existente, pues esto implicaría la continuidad y perpetuidad del sistema. Es necesario, entre otras cosas, dar el paso superador de la economía de mercado.
            Si en definitiva, el anarquismo está condenado a servir y doblegarse ante el Estado, habré de volver a mi nihilismo con rasgos existencialistas y pesimistas, corriendo el riesgo de regresar a la montaña porque sencillamente el hombre es una causa perdida. Pues si Zaratustra no regresó a la montaña, mucho menos yo; me aseguraré de no terminar de este modo; si así es la realidad tocante, la lucha consistirá en negar y rechazar el anarquismo a manera de una especie de anarquista del anarquismo.
            Llegué al anarquismo por medio del nihilismo y el existencialismo; no a través de de ideologías políticas de izquierda. Quizá parezcan ideas descabelladas y sin sentido; si así fuere, no pienso perder mi tiempo creando y estructurando un sistema filosófico que sustente tales ideas sólo para demostrar que si es posible tal cosa. Con el hecho de que yo mismo esté convencido, me basta.
            Por lo anteriormente expuesto, considero particularmente que el anarquismo no tiene lugar alguno en ese espectro político simplista, obsoleto, vigente y reinante desde tiempos mucho más allá de la revolución francesa, que además ha producido innumerables pugnas en las sociedades humanas. Vaya revolución. Una revolución que se sostiene con ideas del siglo XIV quizá. Es hora de evolucionar, es hora de desechar lo inútil, lo inservible… lo obsoleto.
            En este punto geográfico, la situación actual se ha conformado de tal manera, que han hecho suponer que estas ideas vagas acerca de socialismo o de izquierda son nuevas, lo cual es totalmente falso. Sin embargo, asumiré para la alegría de algunos, que estas ideas son realmente inéditas o, mejor aún, para su tristeza, debido a la vaguedad de las mismas, si es que esto tiene alguna importancia para alguien.
            En medio de esta moda oportunista del socialismo del siglo XXI venezolano, se puede apreciar claramente la ya acostumbrada pugna, aparentemente ideológica, entre la izquierda y la derecha, surgida de la arraigada, histórica y tradicional distinción del espectro político. Un espectro político que se muestra en su máxima expresión unidimensional, como línea recta, cual cuerda sometida a dos tensiones producto de dos masas en movimiento, que ejercen fuerza en direcciones opuestas sólo para el beneficio de poder de unos pocos.
            Una pugna aparentemente ideológica, puesto que ninguno de los extremos, “socialistas” o “liberales”, conocen con precisión y exactitud el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan a una y a otra. No conocen las ideas de si mismo, ni mucho menos aquéllas a las que dicen oponerse con tanto frenesí. Ni un extremo, ni el otro, se habrán tropezado en su camino con “El capital” de Marx y Engels, o con “El hombre unidimensional” de Marcuse; mucho menos con el “Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” de Adam Smith o con el “Camino de servidumbre” de Von Hayek.
            La justicia social es precisamente una de las dimensiones de la pugna entre pensadores socialistas y liberales; lo demás no cuenta, ni políticos, ni seguidores de políticos, ambas categorías sólo son masa amorfa y aglutinada. Esto no es más que una arrogancia intencionada, y dirigida con el fin de lograr el despertar del hombre -en especial de los seguidores de políticos- y su auténtica autonomía.
            “La justicia social se refiere a la organización de la sociedad de tal modo que el bien común, al que se espera que todos contribuyan en proporción de su capacidad y oportunidad, esté al alcance de todos los miembros para su uso y goce normales”, Fagothey.   La justicia social es aspiración del hombre, del mismo modo como lo es la libertad y la igualdad.
            En este sentido, se han diferenciado dos posturas: la igualdad de oportunidad y la igualdad de resultado. En cuanto a la igualdad de oportunidad, históricamente ha sido preferida por el pensamiento liberal, puesto que grosso modo, se basa en la diferenciación de resultados por decisiones individuales, la iniciativa individual, la competencia y la superación personal, eliminando además las barreras legales. Lo propio ocurre con la preferencia de los pensadores socialistas por la igualdad de resultados, ya que todas las decisiones se hallan concentradas en las manos del Estado, lo que por consiguiente exime de la responsabilidad individual y de la libertad; aunado a esto, requiere necesariamente de una redistribución de los recursos y la riqueza, que en la práctica llevan a cabo forzadamente.
            Por estos lares es frecuente ver a algunos socialistas venezolanos del siglo XXI, hablar ingenuamente a favor de la “igualdad de oportunidades”, asociándolas de manera tan básica con el socialismo, sólo porque aparece retratada la palabra “igualdad”. Otros, probablemente sabrán lo que están diciendo, y esto no denota otra cosa más, de que estamos en presencia de un capitalismo socialista o socialismo capitalista, realmente da igual. Lo cierto es que se manifiesta a través de un capitalismo de Estado.
            El anarquismo desde una perspectiva dialéctica, se considera la síntesis resultante de una tesis representada por el socialismo y una antítesis representada por el liberalismo. Análogamente, podría hallarse alguna alternativa entre las antinomias de igualdad –de resultados y de oportunidades- derivadas de la noción de justicia social. Sin embargo, considero que la realidad refleja un problema más complejo como para pretender resolverlo con la simpleza dialéctica. Esto sería trabajo de un pensador y no de un seudopensador como yo.
            En todo caso, al mejor estilo proudhoniano, sería necesario construir un equilibrio funcional que permita la convivencia de aquellas tendencias que en sí mismas son contradictorias, igualdad de oportunidades por un lado, e igualdad de resultados por el otro.
            Como diría Mijail Bakunin: “Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad”. Quizá, bien valdría decir: oportunidad sin resultado es privilegio e injusticia; resultado sin oportunidad es esclavitud y brutalidad.


¡¡¡Levantate y lucha, salud y libertad!!!

lunes, 6 de diciembre de 2010

La anarquía según la ignorancia voluntaria de un ilustrado déspota

         
Soy crítico del materialismo dialéctico de Marx, con el cual sentó las bases de lo que Engels denominaría “Socialismo científico”, por considerarlo una profecía determinista-reduccionista, limitada, básica, elemental, lineal y unidimensional; pero indiscutiblemente fue meritorio articular un conjunto de ideas en una teoría que impactó, y satisfizo la necesidad de una supersticiosa ley de la sociedad basada en la lucha del “hombre masa” de las sociedades humanas en el siglo XIX. Aunque el rigor erudito que ofrece este adjetivo del socialismo es irrelevante para mí -tomando en cuenta que de la ciencia derivan dogmas de fe tanto o más peligrosos que aquellos de naturaleza política y religiosa, y en tanto que surgen de una comunidad científica con actitudes no menos vulgares que las del común, que además afectan directamente a éstos últimos-definitivamente no cabe duda que la dialéctica en sí misma, y no necesariamente la materialista, es aplicable en el análisis y estudio de un objeto simple, básico, predecible y unidimensional. Como veremos, la ley dialéctica de la negación de la negación, en la que la realidad reproduce a su contrario para refundirse en una nueva materia, sería ciertamente aplicable al intelecto insustancial de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Ponte, el aclamado “Libertador”.
Al susodicho caballero le tocó vivir plenamente, en tiempo y espacio, el movimiento europeo de la ilustración en el siglo XVIII, cuyo ámbito político propició el desarrollo de ideas que dieron forma tanto al liberalismo como al socialismo utópico; paseó por Madrid y París, dedicándose a la lectura de clásicos e ilustrándose en diversos campos del saber universal.  Sin embargo, para alguien que tuvo tales oportunidades, resulta verdaderamente triste, lamentable y enormemente patético, que sólo haya podido asimilar algunas ideas de los precursores del liberalismo y el utilitarismo: Locke (1632-1704), Montesquieu (1689-1755), Helvetius (1715-1771); y haya sido incapaz de absorber las ideas de los precursores del socialismo utópico: Saint Simon (1760-1825), Owen (1771-1858) y Fourier (1772-1837). Pese a ello, hoy día insisten en repetir una y otra vez que el pensamiento de Bolívar es socialista, cuando él mismo afirmó: “Yo soy siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria”; por supuesto, afirma que fue su patria quien proclamó dicho sistema, cuando en realidad fue él quien lo impuso a través de su Manifiesto de Cartagena.
No obstante, Bolívar el aristócrata, fue siempre conocido como todo un ilustrado, y aún hoy día es recordado como tal. Cuando en el mismo Congreso de Angostura advertía al pueblo americano de la dominación a la que se le había sometido, bajo el engaño más que por la fuerza, sabía bien lo que decía, hacía y pretendía, convocar para sí a la masa, que como bien dijera Ortega y Gasset: “En una buena ordenación de las cosas públicas, la masa es lo que no actúa por sí misma. Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada -hasta para dejar de ser masa o, por lo menos, aspirar a ello”.
La ignorancia del ilustrado supera los límites del socialismo utópico y se extiende hasta el anarquismo, dedicando y dirigiendo una gran cantidad de ideas en contra de la anarquía y los anarquistas. Las dimensiones de espacio-tiempo fueron favorables para situar al “verdadero Soulouque” –tal como calificó Marx a Bolívar- en la París del siglo XVIII, pero esta prodigiosa situación no le fue suficiente para aprehender los planteamientos de socialistas utópicos y mucho menos las ideas de William Godwin (1756-1836), quien es considerado uno de los más importantes precursores del pensamiento anarquista.
El desconocimiento manifiesto en Bolívar, se ratifica gracias a Coto Paúl, un miembro olvidado de la Sociedad Patriótica de 1810, cuya presencia apenas se registra en la historia de esta región ubicada a 10° 29´ de latitud norte y a 66° 55´ de longitud oeste. Como diría Rodolfo Walsh: “La historia parece propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas”; esto es tan lamentable, que los historiadores han preferido dedicarse a publicitar y difundir idioteces de cómo bailaba el “canalla más cobarde, brutal y miserable” –calificativos de Marx a Bolívar, mencionados en su artículo “Bolívar y Ponte”- apartando la importancia que merece las intervenciones de Coto Paúl en la Sociedad Patriótica, como la siguiente:
"¡La anarquía!  ¡Esa es la libertad cuando para huir de la tiranía desata el cinto y desanuda la cabellera ondosa!  ¡La anarquía!  Cuando los dioses de los débiles -la desconfianza y el pavor- la maldicen, yo caigo de rodillas a su presencia.  ¡Señores!  ¡Que la anarquía, con la antorcha de las furias en la mano nos guíe al Congreso, para que su humo embriague a los facciosos del orden, y la sigan por las calles gritando libertad!  Para reanimar el mar muerto del Congreso estamos aquí, estamos aquí en la alta Montaña de la santa demagogia.  Cuando ésta haya destruido lo presente, y aspectos sangrientos hayan venido por nosotros, sobre el campo que haya labrado la guerra se alzará la libertad..."

Aparte de la participación de Coto Paúl en las discusiones de la Sociedad Patriótica, no existe otro registro  histórico de su persona; posiblemente, Bolívar por considerarlo un obstáculo en su camino al poder, lo entregó a los españoles como lo hiciera con Francisco de Miranda, o quizá ordenó que lo fusilaran tal como resolvió con Manuel Piar. He aquí que la historia, además de carecer de argumentos que la fundamenten como ciencia -ante la imposibilidad de hallar un método, modelo, ley o tendencia que supuestamente gobernarían su curso- también carece del relato de hechos ajustados a la realidad, pues son modificados en algunas ocasiones para ser magnificados, o para ser atenuados en otras. De esta deformación de la realidad, que surge de la dificultad de conocer la transparencia de un hecho y sus posibles causas, deviene el carácter especulativo de la historia.

Entre tantos vilipendios que el aristócrata caballero dirigió a la anarquía, aparte del ya conocido: “Unión, unión, o la anarquía os devorará”, se encuentra el siguiente: “Que me manden salvar la República y salvo la América toda; que me manden desterrar la anarquía y no queda ni su memoria. Cuando la Ley me autoriza no conozco imposible. No son jactancias ni presunciones vanas esta oferta de mi corazón y de mi patriotismo”. Éste es el ser prepotente, constructor de Repúblicas, y el ser omnipotente, salvador de la América; María Luisa Bernieri le respondería: “Los constructores de Repúblicas ideales querían dar la libertad al pueblo, mas la libertad dada deja de ser libertad… mientras dicen dar la libertad, formulan un detallado plan que ha de ser obedecido estrictamente”. Éste es el tirano opresor, capaz de destruir la libertad, la anarquía, y todo cuanto se encuentre a su paso que obstaculice su camino al poder. Éste es el leguleyo, que inspirado en Montesquieu, cree que el hombre es libre porque está escrito en un pedazo de papel o instrumento coercitivo llamado ley. Pero según dice el inspirado poeta de la tiranía, esa es la oferta  de su corazón y su patriotismo; Arthur Schopenhauer le respondería: “Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad”. Yo le respondería: A quién, si no es al jerarca o aspirante a jerarca, le conviene la unión homogénea de un rebaño, dócil, sumiso, de incondicional o simple obediencia. A quiénes -si no son los jerarcas de gobiernos, del capital, de las religiones y del conocimiento- les aterra escuchar anarquía, librepensamiento y pérdida del miedo a la libertad.

Una vez puesto en evidencia los elementos de ignorancia e ilustración en el pensamiento de Bolívar, retomamos la idea inicial con respecto a la ley dialéctica de unidad y lucha de contrarios, o bien, ley de negación de la negación. El objeto en estudio no es homogéneo (pensamiento de Bolívar), y está formado por partes que son opuestas entre sí (ignorancia-ilustración), las cuales constituyen una unidad de complementariedad y de lucha. De tal manera que, dada la tesis de “Bolívar el ilustrado” y la antítesis de “Bolívar el ignorante”, se obtiene que la ilustración de Bolívar tiene determinadas características de ignorancia y viceversa, cuya síntesis de unidad es aún mayor a través de los rasgos de la ignorancia voluntaria –de idiota que está seguro de estar rodeado de otros más idiotas aún- y de la ilustración déspota –el provecho del conocimiento como instrumento empleado para la dominación de otros que no lo tienen, tal como el mismo lo advirtió: “nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza”. Así defino el pensamiento de Bolívar; un pensamiento básico, elemental, déspota y arbitrario.
  






miércoles, 24 de noviembre de 2010

Bolívar y el utilitarismo

“El sistema de gobierno más perfecto, es aquél que produce, la mayor suma de seguridad social, la mayor suma de felicidad posible y la mayor suma de estabilidad”, frase extraída del discurso de Angostura pronunciado por Simón Bolívar y publicado en el correo del Orinoco en el año de 1819.
            Muy a pesar de mi escasa lectura, he leído a autores tales como Jeremías Bentham, John Stuart Mill, Francis Hutcheson y Claude Helvetius -y no de sus posteriores interpretes- algunas frases parecidas que como veremos están vinculadas con el utilitarismo.
            En primer lugar, el filósofo irlandés Francis Hutcheson en el año 1725, en su obra “Inquiry into the original of our ideas of beauty and virtue” formuló como principio básico: “La mejor nación es la que proporciona la felicidad más grande al mayor número”. El pensador inglés Jeremías Bentham en su “Introducción a los principios morales y legislación” publicada en 1780, establece: “La mayor suma de felicidad al mayor número” como principio del utilitarismo, pero mucho antes ya había sido presentado por el filósofo francés Claude Helvetius (1715-1771) como su consigna. Finalmente, es necesario hacer mención de la formulación que realizó John Stuart Mill, filósofo político inglés (1806-1873) con la cual el utilitarismo alcanzó su pleno desarrollo.
            En consecuencia, si establecemos un orden cronológico de las publicaciones de los autores en cuestión, que han hecho referencia del tan empleado principio de utilidad: “La mayor suma de felicidad, para el mayor número”, obtenemos lo siguiente: Francis Hutcheson (1725), Jeremías Bentham (1780), Claude Helvetius, quien para el año 1819 (año en el cual se publica en el correo del Orinoco, el Discurso de Angostura de Bolívar) ya había fallecido; Simón Bolívar (1819) y finalmente John Stuart Mill.
            Lo evidenciado con esta frase, ocurre con muchas otras más que con certeza se atribuyen al ilustre pensamiento de Simón Bolívar, pero que lamentablemente y para decepción del sentimiento ultra nacionalista arraigado, no es más que una copia y una réplica de las ideas de pensadores europeos de la ilustración. Si tan solo hubiera tenido un poco de sensatez ante el auditorio de aquel congreso de posible ignorancia voluntaria, habría citado a Jeremías Bentham o al menos mencionar que se trataba de una aplicación del principio utilitario.
            Con la plena seguridad de que seré calificado por muchos como apátrida, hereje, blasfemo, pecador o traidor a la patria, afortunadamente puedo decir hoy día que he conseguido la cura para librarme de ese mal denominado nacionalismo, al menos del exacerbado, y que si bien estoy lejos de ser un intelectual, he encontrado aliciente en una frase del filósofo Emile Cioran: “No tengo nacionalidad, el mejor estatus posible para un intelectual”.
            Hemos copiado todo, desde el cristianismo llegado de Oriente con sus innumerables interpretaciones, versiones y presentaciones llegadas de Occidente; hemos copiado las ideas de República, democracia, y hasta la necesidad de un héroe (semidios o casi Dios) que nos defendería de ellos, de aquellos y hasta de nosotros mismos; hemos copiado la necesidad de inmortalizar a éstos héroes porque según dicen nos han dado la libertad. 
            Por supuesto, no faltará quien me califique de imperialista a favor de la colonia de España de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, por estar en contra de los héroes de la gesta emancipadora, quienes lucharon contra el yugo español sólo para convertirse en nuevos representantes de la dominación y la opresión. Como diría María Luisa Berneri: “Los constructores de Repúblicas ideales querían dar la libertad al pueblo, mas la libertad dada deja de ser libertad… mientras dicen dar la libertad, formulan un detallado plan que ha de ser obedecido estrictamente”; he aquí que Bolívar plasmaba su plan en el Discurso de Angostura. En definitiva, ni la colonia española ni la gesta emancipadora, en todo caso los legítimos movimientos de la resistencia indígena de Guaicaipuro, Tiuna, Tamanaco, Terepaima, entre otros; por supuesto, sin descartar la posibilidad de rasgos de opresión y dominación entre tribus indígenas antes de la colonia.
            Admito además, la gran admiración que siento por la reivindicada España de 1930; reivindicada con la historia, con la humanidad, con el mundo, y que en nada tiene que ver con aquella España colonizadora o con esta España llena de algarabía y júbilo por haber ganado un mundial de fútbol; y es que la historia no puede concebirse como un elemento para perpetuar los resentimientos en la memoria y en el tiempo, de lo contrario, ciertamente seguiremos cometiendo los mismos errores que conducirán a la especie humana a su autodestrucción e irresponsablemente llevar consigo a su lecho de muerte al resto de las especies. 
            Según Jeremías Bentham, el utilitarismo es: “La doctrina que acepta como fundamento de la moral a la utilidad o principio de la máxima felicidad, sostiene que las acciones son correctas en proporción a su tendencia a promover la felicidad, e incorrectas si tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad al dolor y la privación del placer.” Independientemente si Bolívar tenía o no conocimiento acerca del utilitarismo, o al menos de las ideas de Hutcheson, Bentham o Helvetius, vale destacar dos rasgos fundamentalmente.
            El primero de ellos es el rasgo egoísta, puesto que desear el sistema de gobierno que produzca la mayor suma de felicidad, redunda sólo en la felicidad, seguridad y estabilidad del gobernante y su gobierno; el gobierno imperfecto o no, es el único beneficiario de un pueblo controlado, neutralizado y “estabilizado”, que busca su propio bienestar ofreciendo una supuesta “mayor suma de felicidad”, que bien pudiera ser la mitad más uno con respecto a la infelicidad que produce.
            En segundo lugar, el rasgo tiránico; puesto que la felicidad no es tangible o medible, no es posible determinar si esa “mayor suma de felicidad” a la que se refiere, sería la mitad más uno respecto a la infelicidad, por consiguiente sólo es una sensación relativa, mejor aún, parafraseando a Sigmund Freud, la felicidad sólo es posible de dos maneras, una es haciéndose el idiota y la otra es siendo idiota. Por lo tanto, la felicidad no es más que otro instrumento con los que cuentan los gobernantes y gobiernos para ejercer la manipulación de los pueblos.
            En todo caso, e independientemente de los rasgos egoísta y tiránico, Bolívar refleja desconocimiento o escaso conocimiento acerca de sus propias ideas, sobre todo considerando que en sus viajes a Europa y de las lecturas que según tuvo, ha debido tener contacto con las ideas de los pensadores antes mencionados.
            Conocer a Bolívar, va más allá de saber que nació un 24 de Julio de 1783 y murió un 17 de Diciembre de 1783; va más allá de saber que Marx lo calificó como el Napoleón de las retiradas en su artículo “Bolívar y Ponte”; va más allá de saber que Simón Bolívar contemplaba desde una colina como José Antonio Páez, con una maniobra militar dio la victoria al ejército patriota en la Batalla de Carabobo; va más allá de saber cómo hizo para ser considerado libertador de seis naciones, saliendo más allá de sus fronteras para forjar la libertad y no la opresión; va más allá de conocer su decreto de guerra a muerte, de consecuencias nefastas y miles de muertes a inocentes; va más allá de saber de la entrega de Francisco de Miranda al ejército realista de Domingo Monteverde y el fusilamiento de Manuel Piar, el vencedor de la campaña de Oriente. Conocer a Simón Bolívar, como a cualquier otro personaje o hecho histórico, es investigar, indagar y contextualizar.
            Desafortunadamente, estos credos y cultos, mesiánicos, doctrinarios y dogmáticos, concedidos a Dios, el Estado, y a la idolatría de íconos, son difíciles de derribar.